domingo, 12 de agosto de 2012

ABUNDANCIA DE BIENES


«Porque nada hemos traído a este mundo y, sin duda, nada podremos sacar» (1 Timoteo 6:7).

Al pedirle que resolviera una disputa entre un hombre y su hermano en relación a una herencia, Jesús pudo haber dado la respuesta correcta. Conocía la ley y sabía qué era lo correcto en ese caso; pero los hermanos discutían porque ambos eran codiciosos. Sin embargo, respondió cortés pero firmemente: «Hombre, ¿quién me ha puesto sobre vosotros como juez o partidor?» (Luc. 12:14). En otras palabras: «No me ocupo de resolver disputas de esta clase».
Entonces, dirigiéndose a los que lo rodeaban, dijo: «Mirad, guardaos de toda avaricia, porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee» (Luc. 12:15). Aquí se nos presenta la naturaleza y la forma del reino de Cristo. No es un reino de este mundo porque es espiritual. No interviene en los poderes civiles ni toma el poder de las manos de los príncipes. No se vale de la religión para fomentar nuestras esperanzas en el provecho mundano.
Cristo contó esta parábola para mostrar la necedad de quienes ponen todas sus esperanzas en el mundo.  El hombre «vivía como si no hubiese Dios, ni cielo, ni vida futura; como si todo lo que poseía fuese suyo propio, y no debiese nada a Dios ni al hombre» (Palabras de vida del gran Maestro, cap. 20, p. 202).
Cada día mi esposa y yo damos algunos frutos secos a las ardillas que, cruzando el patio, se acercan a la puerta trasera de nuestra casa. Si vienen de una en una, comen tranquilamente. Pero si vienen varias a la vez, se comportan más como niños egoístas que como ardillas. A veces se persiguen unas a otras entre los muebles del patio, riñendo con violencia y agitando sus tupidas colas. Me gustaría poder enseñarles a compartir con los demás, pero eso no es natural en esos animales salvajes.
En cierta ocasión, alguien dijo: «La avaricia es el resultado lógico de la creencia de que la muerte es un punto final. Tomamos lo que podemos, mientras podemos, como podemos y nos aferramos a ello».
«Vivir para sí es perecer. La codicia, el deseo de beneficiarse a sí mismo, separa al alma de la vida. El espíritu de Satanás es conseguir, atraer hacia sí. El espíritu de Cristo es dar, sacrificarse para bien de los demás» (Palabras de vida del gran Maestro, cap. 20, p. 202). Basado en Lucas 12:13-15

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

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