Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo (Isaías 43:2).
A principios de enero de 1991 unas fuertes y continuas lluvias azotaron la bella isla de Puerto Rico. El resultado fue que sufrimos inundaciones, ya que numerosos ríos se salieron de sus cauces. El día 6 de enero alguien golpeó a mi puerta a la una de la madrugada. Eran mis vecinos, que me advertían de que el río se había desbordado y el agua estaba entrando a las casas. Al bajar de la cama, pisé en el agua. Abrí la puerta para mirar hacia afuera y entonces un mar de agua entró a la casa. Los muebles, la ropa, los colchones, los gabinetes y los libros comenzaron a mojarse. ¡Las pérdidas iban a ser cuantiosas! Llevé el auto a la casa de enfrente, que tenía un estacionamiento un poco más elevado, y pasé el resto de la madrugada cantando himnos y tratando de salvar algunas de mis pertenencias.
Por fin amaneció. El pastor de nuestra iglesia y algunos hermanos vinieron a ayudarme. Sacaron de la casa mucho lodo y basura que el agua había dejado. Un hermano, en broma, me dijo: «Hermana, si fuéramos de otra denominación le diría que usted está en pecado». Me reí ante aquella broma pesada. Al rato oraron y se fueron. Al quedarme sola me senté en la sala. Todo se veía desorganizado y sucio. En medio de mi tristeza me puse a hablar con el Señor: «¿Oíste lo que me dijo aquel hermano? Señor, dime ¿qué ha pasado?». El Espíritu Santo me impresionó para que buscara en una cajita llena de versículos a la que llamábamos «El pan de vida». «Saca una», me dijo. Yo obedecí y saqué una de las tarjetas. Grande fue mi sorpresa cuando leí: «Cuando pases por las aguas yo estaré contigo» (Isa. 43:2). Llegué a la conclusión de que aquello era una prueba para mi perfeccionamiento, por lo que le di las gracias al Señor.
Tal vez estés pasando por una prueba difícil, o quizá te llegue alguna en el futuro. Deseo animarte a que te aferres a Cristo, confiando en que él te llevará segura a lugares de reposo.
Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Adelaida Rivera de Jesús
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