viernes, 17 de agosto de 2012

EL NOS VENDA LA HERIDA


Porque él es quien hace la herida, pero el la venda; él golpea, pero sus manos curan (Job 5:18).

El recuerdo de ese día no podrá borrarse de nuestras mentes. Era un sábado de principios del mes de mayo. Había concluido una reunión de nuestro distrito de iglesias, a la que habían asistido laicos y las hermanas de dorcas.  El día había transcurrido con total normalidad. Regresamos a casa, despedimos el sábado con nuestros vecinos y nos deseamos feliz semana. Nuestro hijo mayor, Isaac, fue a la tienda y compró una golosina para él y otra para su hermanito Salim. Al poco tiempo Salim comenzó a vomitar. Mi esposo tenía una vigilia, así que decidió que mejor nos quedábamos en casa para descansar. A las once de la noche Salim se despertó llorando porque le dolía el estómago. Yo no sabía qué hacer, así que fui a casa de una vecina que era enfermera. Su recomendación fue que le diera algo para el dolor y que la avisara si seguía mal.
Regresé a casa y seguí sus instrucciones. Como veía que el niño empeoraba llamé al pediatra, quien me recomendó que lo llevara a una clínica. En la clínica ya nos estaban esperando, así que Salim fue atendido de inmediato. Por mi mente nunca pasó la idea de que mi hijo moriría. Sin embargo, al día siguiente, domingo 7 de mayo, a las tres de la mañana, mi hijo Salim bajó al descanso.
«"Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien" (Job 1:21). Si pudieran ser abiertos sus ojos, vería a su Padre celestial inclinado sobre usted con amor, y si pudiera escuchar su voz, sería en tonos de compasión hacia usted, que está postrado por el sufrimiento y la aflicción. Persista en su fuerza; allí hay descanso para usted» (En lugares celestiales, p. 274).
Aquella fue una experiencia muy dolorosa, que únicamente nuestro buen Dios ha podido ir sanando. Sabemos que Dios ha escuchado las oraciones que muchos de nuestros hermanos elevaron por nosotros. Él nos ha dado consuelo y esperanza. Muy pronto «Dios enjugara toda lágrima de los ojos de ellos, y no habrá más muerte, ni llanto, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosa pasaron» (Apoc. 21:4).

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por María Elena Briones García

No hay comentarios:

Publicar un comentario