Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y los discípulos se regocijaron viendo al Señor (Juan 20:20).
Cuando tenía cinco años asistía con mi hermano a una escuela primaria que quedaba en las inmediaciones de mi casa. A los dos nos agradaba caminar a diario desde nuestro hogar hasta la escuela y lo hacíamos en medio de risas y juegos.
Mi mamá nos preparaba unas botellas de plástico con agua para que bebiéramos y para que limpiáramos nuestras pizarras. Sin embargo, algunos de nuestros compañeros llevaban a la escuela vistosas botellas de vidrio. Pensábamos que las botellas de vidrio eran más atractivas y le pedimos a mamá que nos cambiara las botellas plásticas. Ella se negó, diciendo que las botellas plásticas eran menos peligrosas. Sin embargo, nuestra fascinación por las botellas de cristal iba en aumento. Decidimos conseguir dos y esconderlas por el camino. Saldríamos de casa con las botellas plásticas y las cambiaríamos por las de vidrio en el trayecto de ida y de regreso.
Un día, al regreso de la escuela, mi hermano tropezó y su botella se quebró, y al tratar de recoger los pedazos se cortó la mano. Mientras tanto yo me acerqué para ayudarlo pero sin darme cuenta pisé un pedazo de vidrio y me hice una gran herida en el pie. Alguien llamó a una ambulancia y nos llevaron al hospital. Tuve que ser operada debido a la profundidad de mi herida y a que se me habían incrustado pedazos de vidrio en el pie derecho. Cuando mi madre llegó al hospital nos sentimos muy avergonzados por haberla desobedecido.
Jesús vino a este mundo con el fin de salvarnos, también a causa de nuestra desobediencia. Una y otra vez lo hemos rechazado y herido. Las cicatrices que Jesús llevar, por toda la eternidad se debieron a los clavos que horadaron sus manos y sus pies. Él sufrió no a causa de su desobediencia, sino a causa de la nuestra. Sin embargo, lo hizo voluntariamente, para que vivamos con él por toda la eternidad.
Hermana, ¡cuánto anhelo contemplar a mi Salvador e irme a vivir con él! Me imagino que tú también sientes lo mismo. Moraremos con él por los siglos de los siglos si creemos en sus promesas y obedecemos sus mandatos
Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Shirnet Wellington
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