«Por eso puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos» (Hebreos 7:25).
El hortelano intercedía por la higuera. ¿Cuál era su ruego? Se trataba de un indulto: «Señor, déjala aún este año». Su ruego no era: «Señor, no permitas nunca que la corten», sino: «Todavía no, Señor». El indulto es una bendición para los árboles estériles. Algunos todavía no se han arrepentido. Dios es misericordioso y les da más tiempo para que se arrepientan; por eso dio un plazo de ciento veinte años a los antediluvianos para que se arrepintieran e hicieran las paces con él. A Cristo, el gran Intercesor, le debemos que los árboles estériles no hayan sido cortados de inmediato. Si no hubiera sido por su intervención, cuando Adán pecó, el mundo entero habría sido cortado. Sin embargo, él dijo: «Señor, déjalo».
Como colaboradores de Cristo, se nos anima a orar para que Dios tenga misericordia de las higueras estériles: «Señor, déjalos; deja que su tiempo de gracia se alargue un poco más; ten un poco de paciencia con ellos, ten misericordia de ellos y espera». Así podremos interponernos y alejar la ira.
Podemos orar para que los demás sean indultados, pero no perdonados. A ellos corresponde poner en acción su propia re y su arrepentimiento; de otro modo, no puede haber perdón.
El hortelano se comprometió a hacer todo lo posible para obtener un indulto: «Hasta que cave a su alrededor y la abone». Las obras tienen que acompañar siempre a nuestras oraciones. Parecía como si el hortelano dijese: «Señor, quizá no he hecho todo lo que era preciso por ese árbol; deja que pase este año y haré más de lo que he hecho hasta ahora». Del mismo modo, en nuestras oraciones debemos pedir la gracia de Dios, acompañando la petición con la humilde promesa de cumplir con el deber.
«Pero», añade el hortelano, «si no es así, córtala». Aunque Dios es paciente, no siempre tolerará los árboles estériles. Su paciencia se acabará y, con toda certeza, los árboles sin fruto serán cortados y arrojados al fuego. Aunque sea necesaria, talar los árboles no es tarea que a Dios plazca.
Quiero ser un árbol fructífero que sirva de ejemplo para otros. Basado en Lucas 13:6-9
Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill
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