Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo tú y tu casa. (Hechos 16:31)
Decidí tomar aquel camino que me alejaría de mi familia para siempre. Mis ojos humedecidos por las lágrimas apenas me permitían divisar con claridad el sendero por el que me alejaba de mi hogar. Torpemente mis pies me conducían hacia lo que sería una nueva vida, alejada de mis hijos y de mi esposo, quien no había querido aceptar el evangelio y a la vez me impedía vivirlo y enseñarlo a nuestros tres pequeños.
¡Estaba decidida a dejarlo todo por seguir a Jesús! Pero una voz, no audible y sin embargo clara, me detuvo: «Debes regresar a tu hogar y hacer allí la obra para la cual el Señor te ha elegido». Aquella voz callada y firme resonaba en mi mente, y me hacía temblar. No pude resistirme a aquel mandato y regresé a casa desconcertada.
Cada noche le preguntaba al Señor cuál era su propósito para mi vida. Mediante su ayuda me revestí de valor y de la abnegación necesaria para soportar la persecución en el seno de mi propia familia. Pude reafirmar mi convicción de servir al Maestro con amor y de testificar con mi vida; pero ante todo, recibí fuerzas para que no se enfriara mi experiencia con Jesús a causa de la tribulación y la soledad. Oraba a diario a Dios para que mi esposo y mis hijos aceptaran el evangelio.
Tal vez creas que Dios está demasiado ocupado para escucharte, créeme que así me sentí en más de una ocasión, pero en medio de mis luchas aquella voz continuaba habiéndome: «No desfallezcas, Jesús está a tu lado. Él está contigo y todo el que persevere hasta el fin será salvo». Han transcurrido ya veintiún años, y me encuentro en mi hogar orando. Estoy tomada de la mano de mi esposo; además, dos de mis hijos y dos de mis nietos estamos guardando el sábado. Ahora esa voz ya no me habla únicamente a mí, sino a los seis miembros de mi familia que han aceptado a Jesús. Tenemos la esperanza de que mi hija también vendrá a los pies de Jesús y me parece oír aquella voz que dice: «Esperen un poco más, no desfallezcan, un día estarán unidos los siete en una oración de fe».
Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
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