«Devuélveme el gozo de tu salvación y espíritu noble me sustente» (Salmo 51:12).
Cuando todavía estaba en el país lejano, el hijo pródigo tomó la decisión de decirle a su padre: «Hazme como a uno de tus jornaleros» (Luc. 15:19). Me imagino que, mientras andaba el largo camino de regreso a casa, mentalmente, una y otra vez, ensayó el discursito. Pero su padre lo detuvo antes de que pudiera terminar.
¿Cómo un jornalero? ¡No, jamás! En ese momento el feliz padre empezó a restaurar a su hijo al estado de miembro de la familia. Ordenó que le dieran vestidos nuevos y que se celebrara un banquete en su honor.
Si alguna vez su hijo o su hija se han escapado de casa estará en condiciones de entender cómo se sentía aquel padre. Su hijo se marchó de casa y usted no supo nada de él durante años. Para remachar el clavo, llevó una vida llena de pecado. Cuando tuvo noticias de él, el corazón casi se le rompió. ¿Recuerda cómo lo acogió? Usted habría deseado que fuera aquel jovencito o jovencita que solía sentarse en su había creído hasta convertirse en un pecador y un adulto hecho y derecho. No obstante, le dio un abrazo y le repitió tantas veces. Las palabras de bienvenida que quedaron grabadas para siempre en su memoria. Entenderá, pues, que ese arrollador saludo se pareciera al del padre: «Muchacho, tú eres mi hijo. A pesar de todo lo que hayas hecho, eres mío. Por lejos que te hayan llevado el pecado y la locura, no dudo en reclamarte para mí. Eres hueso de mis huesos y carne de mi carne». En esta parábola, Cristo quiere que usted sepa que Dios lo reclamará si acude a él confesando sus pecados por medio de Jesucristo. Estará encantado de recibirlo. Ha ordenado que lo aseen, que le den ropas limpias y que se celebre un banquete en su honor.
El padre recibió a su hijo con tanto amor porque sabía que sus oraciones habían sido respondidas. De hecho, el padre escuchó la oración de su hijo antes incluso de que él la llegara a pronunciar. El joven recibió la misericordia antes de que la oración hubiera terminado. Dios, nuestro Padre, escucha el clamor de nuestro corazón antes de que lleguemos a terminar nuestra oración. Basado en Lucas 15:11-32
Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill
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