Pues a sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden en todos los caminos. (Salmo 91:11-12)
Al despuntar el día mi hijo Eduardo amaneció conectado a un respirador artificial, ya que tenía un pulmón colapsado. El neurocirujano nos dijo que no le habían detectado daños en ningún órgano vital y que la electricidad había buscado salida por los dedos y por el muslo. El tiempo diría si había sufrido algún daño cerebral.
Eduardo estaba en cuidados intensivos, por lo que nos daban informes tres veces al día. Al mediodía la doctora nos dijo que le habían retirado el respirador. Luego una enfermera se nos acercó:
— Disculpen, pero debo recordarles que únicamente los padres pueden entrar a recibir el informe médico — mi esposo y yo nos miramos.
— ¿Acaso ha venido alguien más?
— Sí — respondió la enfermera — , los dos señores con que ustedes acaban de cruzarse al entrar.
— ¿Dos señores dice usted? ¿Cómo eran?
— Eran altos, delgados, blancos, de barba. Uno más alto que otro y vestían de traje. ¿De verdad que no los vieron? ¡Si se toparon con ellos al entrar!
— Bueno, y ¿qué querían?
— Cuando les dije que no podían estar aquí, me contestaron que venían a darle algo a Eduardo. Se pararon al pie de la cama y el niño comenzó a respirar por sí mismo.
Después de eso ya no los hemos vuelto a ver.
Mi esposo y yo nos acercamos a la cama en silencio. En ese momento escuché una voz débil que me decía: «Mamá» . ¡Nunca esa palabra había sonado tan dulce en mis oídos! ¡La electricidad no había afectado al habla! Según los médicos, la energía eléctrica había contraído el cuerpo del niño llevándolo a un estado de rigidez y eso le había salvado la vida. Para nosotros, que creemos en la protección de Dios,
Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Alma Eguía de Chacón
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