«Con arrogancia, el malo persigue al pobre; será atrapado en las trampas que ha preparado» (Salmo 10:2).
¿Recuerda a qué juegos jugaba de niño? El jugador que obtenía más puntos ganaba. Desde la niñez no se nos enseña a conseguir lo que podamos según nuestras fuerzas, sino a tomar de los demás lo que se pueda. Aprendemos a acumular, pero no a compartir. Por cierto, muchos nunca superan esa manera de pensar.
Parece como si hubiéramos olvidado lo que está escrito en Deuteronomio 8:18: «Acuérdate de Jehová, tu Dios, porque él es quien te da el poder para adquirir las riquezas, a fin de confirmar el pacto que juró a tus padres, como lo hace hoy». Dios ha confiado a todas y cada una de las personas ciertos talentos y recursos. Incluso los pobres tienen algo para compartir: si no bienes materiales, una tierna disposición, la paciencia, la fe y la honradez. Por eso Dios exige que compartamos con los demás según lo que se nos ha dado.
En la naturaleza nada vive para sí. El árbol da sombra, el río proporciona agua, el sol da calor, la semilla da una cosecha. Únicamente el corazón del hombre es egoísta. Si miramos a nuestro alrededor, veremos muchas necesidades que podríamos ayudar a suplir. Dios espera que compartamos lo que nos dio.
¿Qué le dio el Señor susceptible de ser mejorado y compartido con los demás? Quizá no sea mucho, la cantidad no es importante. El hombre rico tenía la «obligación de usar esos dones para la elevación de la humanidad, era proporcional esa abundancia» (Palabras de vida del gran Maestro, cap. 21, p. 205). Al dar, no lo hacemos en nuestro propio nombre, sino en el de Jesús, quien dio su vida por nosotros.
Se cuenta la historia de un mendigo que, un día, estando Alejandro Magno de camino, le pidió una limosna. El hombre era pobre y miserable, por lo que no tenía derecho a pedir nada. Sin embargo, el emperador le arrojó varias monedas de oro. Un cortesano quedó atónito ante tanta generosidad y comentó:
—Señor, unas monedas de cobre habrían sido adecuadas para suplir las necesidades del mendigo. ¿Por qué le diste oro?
A lo que Alejandro respondió de manera mayestática:
—Las monedas de cobre habrían sido adecuadas para las necesidades del mendigo, pero las de oro son adecuadas a la generosidad de Alejandro.
Como hijos del Rey celestial, tenemos el privilegio de dar con la generosidad de un rey. «Dad y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo, porque con In misma medida con que medís, os volverán a medir» (Luc. 6:38). Basado en Lucas 16:19-31.
Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill
No hay comentarios:
Publicar un comentario