Diré a Dios: Roca mía, ¿por qué te has olvidado de mí?¿Por qué andaré yo enlutado por la opresión del enemigo? (Salmo 42:9).
Según el diccionario de la Real Academia, la palabra «enlutar» significa cubrirse de negro por la muerte de alguien como signo exterior de pena y duelo. Estar de luto implica oscurecerse, privarse de luz y claridad, entristecerse y afligirse. Al perder a un ser querido nos sumimos en un duelo y experimentamos el pesar por la pérdida de ese ser amado. Nuestra alma entonces se encierra en una mortaja de dolor y pareciera que la luz de la vida se apaga.
Perder a una persona que amamos nos llena de aflicción. Sin embargo, Dios desea librarnos del dolor y consolarnos. Él mismo conoció la pérdida y la muerte de su hijo, por eso tiene la capacidad para entendernos y restaurarnos, al mismo tiempo que borra nuestro dolor. Ese consuelo que nuestra alma necesita proviene de alguien que desea que nos gocemos en él, no durante un día, sino por siempre: «Alegraos con Jerusalén, gozaos con ella todos los que la amáis; llenaos de gozo con ella todos los que os enlutáis por ella» (Isa. 66:10).
Jerusalén representa simbólicamente la ciudad eterna de donde fueron tomados los judíos y llevados al destierro. Ellos se consolaban pensando en el día en que Dios habría de llevarlos de vuelta a su patria, a la amada Jerusalén. Dios era y es el único que puede disipar la tristeza del luto una vez que permitimos que nuestros pensamientos se espacien en su Palabra y se aferren a sus promesas. Podremos entonces decir, como el salmista: «En la multitud de mis pensamientos íntimos, tus consolaciones alegraban mi alma» (Sal. 94: 19).
Cuando estemos caminando en la sequedad del desierto del luto, no temamos, sino más bien aferrémonos a aquella preciosa promesa: «Jehová te pastoreará siempre, en las sequías saciará tu alma y dará vigor a tus huesos. Serás como un huerto de riego, como un manantial de aguas, cuyas aguas nunca se agotan» (Isa. 58:11).
Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Lidia de Pastor
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