Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron. (Apocalipsis 21:4)
Dos años después de graduarme de la secundaria conocí a Roberto. Después de haber regresado a California decidí que no iba a casarme con un «gringo»; sin embargo, cuando mis ojos se cruzaron con aquella mirada tierna y profunda, me pareció que había encontrado a mi alma gemela. Todo aquello fue despertando en mí un cariño que me aprisionó con lazos de amor.
Nunca pensé que nuestras vidas pudieran unirse. Fue rápida la decisión de Roberto de entregar su vida al Señor. Un año después nos casamos. Fue el comienzo de veinticinco años de felicidad. Nunca hubo una queja en sus labios ni una crítica en contra de nadie. Mi esposo luchó contra una enfermedad llamada esclerosis múltiple y a pesar de que su salud se encontraba en deterioro, nuestro amor iba aumentando.
Mediante su apoyo conseguí sanar algunas heridas emocionales y cursar otros estudios. Roberto fue mi tutor en biofísica y en química, ya que era ingeniero con una especialidad en aeronáutica. Gracias a él entendí el amor de Cristo por su iglesia. Roberto me amó y fortaleció mi autoestima al proveerme un entorno de seguridad. Era un roble, aunque de espíritu dulce y fiel. Su vida fue un ejemplo del amor de Dios. Llegamos a ser verdaderamente uno, sin perder nuestra individualidad.
Ahora él descansa, tras haber dejado un vacío enorme en mi vida. Sin embargo, Cristo pudo llenarlo al darme un hijo, y a otras personas amadas que le dan sentido a mi existencia. Volví a encontrar al Cristo de mi juventud. Ahora dependo totalmente de él; en la cima del monte o en los momentos difíciles, me aferró a sus palabras.
Haz hoy tuyas sus promesas. Recuerda que: «Cualquiera que sea nuestra perplejidad, nuestro pesar, luto, o soledad, tenemos un Amigo que simpatiza con nosotros [...]. Nadie tiene por qué entregarse al desaliento ni a la desesperación» (El ministerio de curación, p. 192).
Permite que ese amigo te abrace y te fortalezca. Únicamente Jesús puede devolvernos el gozo, y ayudarnos a resistir la melancolía. Recuerda que un día no habrá más lágrimas, ni muerte ni dolor.
Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Eva Pérez Davis
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