Algún día les llegará el castigo por ese pecado. Números 32:23.
Alejandra no tenía suficiente dinero para comprar ese costoso gato que le habían ofrecido, pero acostumbrada como estaba a salirse con la suya, ideó un plan. Falsificaría un cheque de su padre y compraría el animal. Y así lo hizo.
El problema fue que el plan no funcionó. Su padre se da cuenta de que le falta un cheque, descubre que ella lo ha robado y la amenaza para que le devuelva su dinero. Desesperada, Alejandra contacta al joven a quien le compró el gato y le pide que se encuentren en un lugar conocido. El joven va acompañado de un amigo. Ya reunidos, le pide anular el negocio. Cuando el muchacho se niega, Alejandra saca una pistola y le dispara a quemarropa. Después le dispara también al amigo. Lo que comenzó como una pequeña travesura, terminó con la muerte de dos jóvenes y con una muchacha de apenas 19 años recluida en la cárcel por homicidio intencional calificado.
¿Cuándo comenzó «el infierno» de Alejandra? Cada vez que hacía algo malo, y creía salirse con la suya, estaba aumentando su deuda con el pecado. ¡Y el pecado finalmente le pasó la factura!
El que roba una vez sin ser descubierto, cree haberse salido con la suya. Y así piensa el que comete fraude en sus informes o en sus exámenes, mientras no es descubierto. O quien dice mentira tras mentira sin aparentes consecuencias negativas. Por un tiempo todo parece funcionar bien, pero tarde o temprano, el pecado pasa la factura. ¿Por qué es así?
En primer lugar, porque las acciones repetidas forman hábitos, y los hábitos forman el carácter. El psicólogo William James explica: «Hasta la más pequeña virtud o vicio deja una huella permanente. [...]. Desde el punto de vista estrictamente científico, nada de los que hacemos se borra (citado por Sergio V. Collins en La personalidad triunfadora del joven moderno, p. 48).
En segundo término, porque lo bueno o lo malo que pensamos o hacemos prepara el camino para pensamientos y acciones similares.
¿Cómo evitar que el pecado nos pase la factura? Elena G. de White responde: «Estamos seguros solo al seguir por donde Cristo nos dirige. Si no hemos de cometer pecado, hemos de evitarlo desde sus comienzos» (Mente, Carácter y personalidad, t. 1, p. 333, el destacado es nuestro).
Dios mío, que tu Santo Espíritu me ayude a rechazar el mal desde el primer momento.
Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala
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