«Los gentiles se angustian por todas estas cosas, pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas ellas» (Mateo 6:32).
Los cristianos tenemos el privilegio de echar nuestras preocupaciones sobre el Señor (ver 1 Ped. 5:7), porque nuestro Padre celestial conoce y entiende nuestras necesidades. Echar no es poner con cuidado o suavemente. Significa arrojar con fuerza, levantar, lanzar, como un niño que se deshace de su mochila después de la escuela o un jardinero que tira un saco de malas hierbas a la basura. Esto no es lo mismo que invitarnos a mostrarnos irrespetuosos con Dios, sino que implica que podemos aliviarnos de un peso que hemos estado cargando.
Cuando yo era niño, no era raro que los agricultores utilizaran bestias de tiro para arar y cultivar los campos. Cierto día observaba a un joven mientras trabajaba con su caballo. Mi vecina dijo:
—¿Ves ese joven? Es muy nervioso. A veces, cuando tiene un ataque toma un palo y golpea al caballo.
Quedé horrorizado. Le pregunté a mi vecina qué hacía el caballo cuando el joven lo golpeaba.
La vecina respondió:
—La bestia entiende que algo va mal con el dueño y, sencillamente, se queda quieta y espera.
Nuestro Dios es «fuerte, misericordioso y piadoso» (Exo. 34:6). Aunque experimentemos un ataque de ira somos libres de contarle cómo nos sentimos. Él nos escuchará. No nos regañará ni nos despreciará. Para los que le buscan con todo su corazón, tendrá misericordia y será «amplio en perdonar» (Isa. 55:7).
He descubierto que, a veces, cuando me guardo mis sentimientos y no sé orar, leer un pasaje de los Salmos me puede ayudar a expresarme. Nadie puede expresarlo mejor que David cuando exclamó: «Te glorificaré, Jehová, porque me has exaltado y no has permitido que mis enemigos se alegren de mí. Jehová, Dios mío, a ti clamé y me sanaste. Jehová, hiciste subir mi alma del seol. Me diste vida, para que no descendiera a la sepultura. ¡Cantad a Jehová, vosotros sus santos, y celebrad la memoria de su santidad!, porque por un momento será su ira, pero su favor dura toda la vida. Por la noche durará el lloro y a la mañana vendrá la alegría» (Sal. 30:1-5). Basado en Lucas 18:1-8
Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill
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