¡Cuán bella eres, amada mía! ¡Cuán bella eres! ¡Tus ojos son dos palomas! (Cantares 1:15).
Tras la fachada de ladrillos rojos de la residencia de los Barrete se ocultaban muchos secretos. La señora había muerto; la puerta de su habitación quedó cerrada con llave desde el día de su deceso por una simple orden de su esposo, el cual prohibió la mención de su nombre a partir de ese día. El señor Barrett que, según las apariencias era muy religioso, controlaba a su familia y le exigía obediencia ciega en nombre de la autoridad bíblica. Sus hijos temblaban a causa de su presencia «todopoderosa».
Tan solo tres de sus hijos se atrevieron a desafiar su autoridad al casarse. Una de ellos fue Elizabeth. Su decisión le deparó el castigo de su padre y sus hermanos durante el resto de su vida. Elizabeth no tomó su decisión de casarse sin temor. El torbellino que sentía interiormente no reflejaba solo los problemas que tenía con su padre, sino su permanente batalla con la vergüenza. Una vez confesó a Robert que lo dejaría «probarla durante un invierno» y luego le pediría que la alejara de su vida si lo desilusionaba. En otra ocasión, consideró que quizá ella debía morir ese invierno, antes que desilusionarlo en cualquier cosa.
Para Robert, la decisión de casarse había sido más sencilla. «Lo que quiero decir al casarme contigo», concluyó en su carta del 3 de agosto de 1845, «es que estaré a tu lado para siempre». Ella le dijo que estaba ciego, pero que por el momento aceptaba su ceguera. Después de analizar la profundidad y la anchura de la devoción de Robert sin hallar grietas, sucumbió finalmente a un amor incondicional que finalmente había «conquistado el temor».
Robert Browning consideró que Elizabeth Barret era muy valiosa. Lo mismo hizo Dios por nosotros. En respuesta a nuestra búsqueda de dignidad personal y de sanidad de la vergüenza desgarradora que ha dañado a la familia humana durante tantas generaciones, Dios ofrece las buenas nuevas de su amor incondicional. Ese amor incondicional nos confiere un valor infinito, como creaciones del Señor y como sus hijos e hijas. Son las mejores noticias que alguna vez hayamos escuchado. Buenas noticias, tan inalterables como inalterable es Dios. Su proclamación trae sanidad. Ese amor incondicional conquista el temor de nuestra indignidad y nos confiere valor eterno. Es el mejor medio para aprender a disfrutar la vida que el cielo nos concede.
Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
¿Sabías que..? Relatos y anécdotas para jóvenes
Por Félix H. Cortez
No hay comentarios:
Publicar un comentario