Pero queda la firme esperanza de que la creación misma ha de ser liberada de la corrupción que esclaviza, para así alcanzar la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Romanos 8:20-21.
La búsqueda de la felicidad es inherente a todos los seres humanos, y no podría ser de otra manera, siendo que el Creador nos hizo para que viviéramos felices. Algunas corrientes humanistas aseguran que la felicidad se genera en un «motor» interno que todos poseemos y que podemos poner en marcha cuando lo deseemos. En otras palabras, podemos atraer la felicidad si pensamos en cosas que nos hacen felices.
Esto suena bastante sencillo, ¿no te parece? Sin embargo, creo que no siempre resulta así. Tras la caída del hombre en el Edén, vivimos bajo la ley del pecado y de la muerte, y esto acarrea dolor y temor en el alma de todo ser humano. La única forma de librarnos de esta ley de muerte es aceptar el sacrificio de Cristo en la cruz, para que de tal manera podamos vivir una vida nueva bajo la ley del Espíritu. En Romanos leemos: «Pues por medio de él la ley del Espíritu de vida me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte» (8:2). Cuando este milagro se hace posible en la vida de una persona, ya está en el camino a la felicidad; esta maravillosa verdad trae verdadero e inagotable gozo al corazón, y podemos estar tranquilas con una ración diaria de contentamiento.
La felicidad de la que te hablo no es una emoción eufórica, efímera y fugaz que se evapora frente a los problemas y dificultades. ¡De ninguna manera! La felicidad que Dios nos ofrece está cimentada en la convicción de que los seres humanos somos salvos en Cristo Jesús. Esta es una alegría que podemos renovar cada amanecer, independientemente de las circunstancias que nos rodeen.
Dios nos llama a ser mujeres de gozo. Somos responsables de nuestras familias, y es en casa donde tenemos que mostrar la felicidad de ser hijas de Dios, redimidas y salvas por la gracia infinita que el cielo derramó a nuestro favor. Hoy podemos vivir la alegría anticipada de la gloria que nos espera en el reino de los cielos; es un gozo que nos ayuda a vivir un día a la vez y nos libra de la incertidumbre que pudiera generarnos el futuro.
La felicidad entonces no consiste en pensar en cosas que nos hagan felices, sino más bien radica en la decisión de mantener nuestra mente fija en Cristo.
Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado
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