A ordenar que a los afligidos de Sion se les dé gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado; y serán llamados árboles de justicia, plantío de Jehová, para gloria suya. Isaías 61:3.
Observar los árboles del bosque en medio de una tormenta es en verdad impresionante. Cuando la velocidad y la fuerza del viento los abaten, dan la impresión de que, de un momento a otro, serán arrancados de sus raíces, aunque raramente eso llega a suceder. Sin embargo, cuando un árbol solitario de una llanura enfrenta la tormenta, es un muy probable que no resista. Un guardabosques me explicó que los árboles del bosque, al crecer juntos, entremezclan sus raíces por debajo de la tierra, y eso los hace más fuertes y resisten los temporales.
Una hermosa lección para nosotras, ¿verdad? Los árboles del bosque parecen vivir bajo el lema: «Nadie vive para sí ni nadie muere para sí». En realidad, esta es una reflexión que solamente los humanos podemos hacer.
Los hijos y las hijas de Dios hemos sido creados para entrelazar nuestras raíces. Un espíritu de solidaridad debiera unirnos cuando los vendavales de la vida se presenten, y con disposición natural hemos de estar listo para sostener al que está a punto de caer.
Los humanos no podemos vivir aislados y solitarios, sintiéndonos suficientes en nuestras propias fuerzas, y tampoco podemos hacer a un lado al débil que quiere refugiarse y tener la seguridad a nuestro amparo. Dios quiere estar «enraizado» en nosotros. Eso nos garantiza fortaleza en tiempo de prueba. Nosotros debiéramos hacer lo mismo en relación al prójimo.
Sostengamos al débil, especialmente si es un niño, un joven o un anciano. Hagamos que se sienta protegidos y seguros. Permitamos que tomen fuerza de nuestras experiencias compartiendo nuestras vidas con ellos. Cuando arrecien las tormentas, luchemos juntos, hombro a hombro, con la seguridad de que nos fortalecerá el brazo poderoso del guerrero invencible, Jesucristo.
Querida amiga, Dios quiere que seas un árbol fuerte en el bosque, y no un débil arbusto solitario en la explanada de la vida. La maravillosa promesa del señor es: «Lo plantaré sobre el cerro más alto de Israel, para que eche ramas y produzca fruto y se convierta en un magnifico cedro. Toda clase de aves anidará en él, y vivirá a la sombra de las ramas. Y todos los árboles del campo sabrán que yo soy el Señor» (Eze. 17:23-24).
Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado
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