Dura es esta palabra; ¿quién la puede oír? Juan 6:60.
Algunos seguidores profesos de Cristo podrían sentirse inclinados a decir, como los discípulos la vez que escucharon las verdades solemnes de los labios del Maestro divino: "Dura es esta palabra; ¿quién la puede oír?" Muchos podrían pensar que el camino se ha hecho demasiado recto. Cuando hablamos de la negación propia y del sacrificio por Cristo, ellos creen que abundamos demasiado en estos detalles. Preferirían que habláramos de la recompensa del cristiano. Sabemos que los que son fieles heredarán todas las cosas, pero la gran pregunta en nosotros debiera ser: ¿Quién se sostendrá en el día de su venida? ¿Quién estará en pie cuando él aparezca? ¿Quiénes serán contados por dignos de recibir la extraordinaria y preciosa recompensa que será dada a los vencedores? Quienes participen de los sufrimientos de Cristo compartirán con él su gloria.
Sin santidad, nos dice la Palabra de Dios, nadie verá al Señor. Sin pureza de vida, nos es imposible ser dotados y preparados para morar con los ángeles santos y puros en un cielo puro y santo. Allí no puede haber pecado. Ninguna impureza puede entrar por las puertas de perla de la ciudad dorada de Dios. Y la pregunta que debemos contestar es si hemos de abandonar todo pecado y cumplir las condiciones que Dios nos ha dado, para llegar a ser sus hijos e hijas. El requiere de nosotros la separación del mundo para llegar a ser miembros de la familia real...
Creemos sin duda alguna que Cristo vendrá pronto, y por creerlo, sentimos una necesidad de rogarles a hombres y mujeres que se preparen para la venida del Hijo del hombre... Queremos que usted se encuentre en el grupo que se inclinará ante el trono de Dios y dirá: "Digno, digno, digno, es el Cordero inmolado por nosotros"...
Cuando estén todos preparados, habiendo vencido sus pecados, habiendo apartado de ustedes toda iniquidad, estarán en condición para recibir el toque final de la inmortalidad...
No será seguro para ustedes esperar una ocasión mejor para venir. Es hoy que se hace el llamado. Si alguno oyere su voz, no endurezca su corazón. Se trata de escuchar hoy la invitación de la misericordia. Se trata de rendir su orgullo, su insensatez, su vanidad, y rendir enteramente su corazón a Dios. Venga a él con sus talentos y toda la influencia que usted tiene, y coloque todo sin reservas a los pies de Aquel que murió en la cruz del Calvario para redimirlo.— Review and Herald, 12 de abril de 1870.
Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White
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