Una iglesia viva será una iglesia que trabaja. El cristianismo práctico desarrollará obreros fervientes para el avance de la causa de la verdad... Anhelamos ver el carácter cristiano manifestado en la iglesia. Anhelamos ver a sus miembros libres de un espíritu liviano e irreverente; y fervientemente deseamos que adviertan su elevada vocación en Cristo Jesús. Algunos que profesan a Cristo se están esforzando hasta lo sumo para vivir y actuar de tal manera que su fe religiosa se recomiende a sí misma ante las personas de valor moral, para que sean inducidas a aceptar la verdad. Pero hay muchos que ni siquiera sienten la responsabilidad de mantener sus propias almas en el amor de Dios, y quienes, en vez de bendecir a otros por su influencia, son una carga para los que desearían trabajar, velar y orar...
Quienes están buscando exaltar la verdad de Cristo con humildad de mente por su trayectoria ejemplar, son representados en la Palabra de Dios por el oro fino, mientras que el grupo cuyo pensamiento y concentración principal es exhibirse a sí mismos, como metal que resuena y címbalo que retiñe...
Animamos a los que tienen una conexión con Dios a orar fervientemente y con fe, y a no detenerse allí, sino a obrar a la vez que oran por la purificación de la iglesia. El tiempo presente exige hombres y mujeres que tengan una certidumbre moral de propósito, hombres y mujeres que no serán moldeados o vencidos por ninguna influencia no santificada...
Ningún hombre o mujer puede triunfar en el servicio de Dios sin poner toda el alma en la obra y sin contar todo como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo. Los que retienen alguna reserva, que se niegan a dar todo lo que tienen, no pueden ser discípulos de Cristo; y mucho menos sus colaboradores. La consagración debe ser completa...
Jesús ha ido a preparar mansiones para los que están velando y esperando su venida. Allí conocerán a los ángeles puros y a la multitud de los redimidos y se unirán a sus cantos de alabanza y triunfo. Allí el amor del Salvador rodea a su pueblo, y la ciudad de Dios es alumbrada con la luz de su rostro; una ciudad cuyos muros, altos y magníficos, están adornados de toda clase de piedras preciosas, cuyas puertas son perlas, y cuyas calles son de oro puro, como vidrio transparente.— Review and Herald 3 de junio de 1880.
Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White
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