Los cobardes, los incrédulos, los abominables, los asesinos, los cometen inmoralidades sexuales, los que practican artes mágicas, los idólatras y todos los mentirosos recibirán como herencia el lago de fuego y azufre (Apocalipsis 21:8).
Don Ramón del Valle-Inclán, «el de las barbas de chivo», como le decía Rubén Darío, era conocido tanto por el excelente nivel de su producción literaria como por su extraña apariencia de larga melena, barba y vestimentas exóticas.
Después de una poca afortunada estancia en tierras mexicanas, pasó la mayor parte de sus días en la capital española. Allí se relacionó con diversos autores y personalidades del mundo de la cultura. Era famoso, singular, genial.
Hacia 1899, y con treinta y tres años de edad, tuvo una muy dura experiencia. Después de una fuerte discusión con su colega y compatriota, el escritor Manuel Bueno, se liaron a bastonazos en la mismísima Puerta del Sol, en Madrid.
Un certero bastonazo de su contrincante hizo que uno de los gemelos de la camisa que don Ramón vestía en ese momento, se clavara con violencia en su muñeca izquierda. Valle-lnclán, a quien sus amigos definieron siempre como «una persona muy despreocupada», no se realizó las curaciones necesarias y adecuadas. Al cabo de unos días, una muy grave infección de la herida determinó finalmente que hubiera que amputarle el brazo.
El hecho, lejos de amedrentar al escritor o sumirlo en un estado de depresión, hizo que su ingenio saliera una vez más a la luz. Nuestro personaje fue visto durante mucho tiempo en los típicos cafés y centros culturales de Madrid, contando que su brazo se lo había comido un león en fiera y singular batalla que habían librado.
Al parecer, Valle-lnclán elevó la mentira a la altura del arte. Mentía con gracia, con talento y con beneplácito de sus oyentes, a quienes a veces les costaba trabajo discerní si hablaba en serio o mentía en broma.
Un cristiano, sin embargo, no puede mentir ni en broma. Es cosa seria comprobar que nuestro texto de hoy califica la mentira al mismo nivel que el homicidio, la fornicación, la hechicería y la idolatría. Luego dice con mucho énfasis que «todos los mentirosos recibirán como herencia el lago de fuego y azufre».
El acto de mentir es más grave de lo que imaginamos. En primer lugar, porque los mentirosos tienen un padre común, «el diablo» (Juan 8:44). Hoy pide a tu Padre celestial que te haga vivir íntegramente, de tal manera que tus obras lo glorifiquen.
Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
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Por Félix H. Cortez
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