Hay quienes reparten, y les es añadido más; y hay quienes retienen más de lo que es justo, pero vienen a pobreza. Proverbios 11:24.
La experiencia muestra que un espíritu de generosidad se encuentra con más frecuencia entre los que poseen recursos limitados que entre los acaudalados. Los donativos más liberales para la causa de Dios o el alivio de los necesitados vienen del bolsillo de las personas pobres, a la vez que muchos a quienes el Señor les ha encomendado abundancia para este mismo propósito, no ven la necesidad de medios para avanzar la verdad, ni escuchan los clamores de los pobres entre ellos...
El donativo de los pobres, el fruto de la abnegación, hecho para propagar la preciosa luz de la verdad, es como un incienso fragante delante de Dios. Cada acto de sacrificio hecho por el bien de los demás fortalecerá el espíritu de beneficencia en el corazón del donante, y lo unirá más estrechamente con el Redentor del mundo, quien fue rico, y sin embargo por amor a nosotros se empobreció, para que mediante su pobreza fuésemos ricos.
La suma más pequeña dada gozosamente como resultado de la abnegación es de más valor ante la vista de Dios que las ofrendas de los que podrían dar miles de dólares sin sentir necesidad. La pobre viuda que depositó dos blancas en la tesorería del Señor, mostró amor, fe y benevolencia. Dio todo lo que tenía, confiándose al cuidado de Dios para el incierto futuro. Nuestro Salvador manifestó que su pequeña dádiva fue la mayor que aquel día entró en la tesorería. Su precio fue medido, no por el valor de la moneda, sino por la pureza del motivo que la impulsaba.
La bendición de Dios sobre esa ofrenda sincera la ha convertido en una fuente de grandes resultados. Las blancas de la viuda han sido como una pequeña corriente que ha fluido a través de los siglos ampliándose y profundizándose en su curso y contribuyendo en mil direcciones a la extensión de la verdad y al alivio de los necesitados. La influencia de aquella pequeña dádiva ha actuado y reaccionado sobre miles de corazones en cada época y en cada país. Como resultado, innumerables dádivas han fluido a la tesorería del Señor de parte de pobres dadivosos y abnegados. Y más, el ejemplo de la viuda ha estimulado a las buenas obras a miles que viven con holgura, que son egoístas y que dudan, y sus dones también han ido a engrosar el valor de la ofrenda de ella.
La generosidad es un deber que no debe ser descuidado por ningún motivo...
El Señor pide nuestros dones y ofrendas para cultivar un espíritu de benevolencia en nosotros.— Review and Herald, 9 de febrero de 1886.
Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White
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