El Espíritu mismo le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, somos herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, pues si ahora sufrimos con él, también tendremos parte con él en su gloria (Romanos 8:16,17).
Yo no sé qué opinas, pero a mí me gusta recibir un trato distinguido. Debido a que, por asuntos de trabajo, frecuentemente he tenido que viajar en avión, las aerolíneas con las que viajo me dan un trato preferente. Tengo acceso a salas de espera especiales y, además, puedo escoger los asientos más cercanos a la salida, subir primero al avión y, algunas veces, viajar en primera clase por el precio de un billete de bajo costo. ¿Será que el cielo actúa así también? ¿Los creyentes reciben un trato especial? A fin de cuentas, ¿no son «clientes» frecuentes y leales de Dios?
La pregunta es complicada. A veces me pregunto por qué el Señor puede sanar milagrosamente a un ateo que se había opuesto al reino de Dios durante su vida, pero permite morir de cáncer a hijos fieles suyos. ¿Tiene el cielo algún tipo de programa para premiar a sus hijos leales?
Cuando los problemas afligen a los creyentes, muchas veces nos sentimos tentados a preguntar a Dios: «¿Por qué?». Sentimos que de alguna manera él no ha premiado nuestra fidelidad. Sin embargo, las aflicciones nos desconciertan porque entendemos mal nuestra relación con Dios. Los creyentes no somos sus clientes. Más bien él nos ha invitado a ser sus socios, y esto es un asunto muy diferente.
Los clientes regatean con el vendedor para obtener el mayor beneficio posible al menor costo. La relación entre el cliente y el vendedor, por lo general, no es de confianza. A menudo, ambos representan partidos e intereses opuestos. Los socios, sin embargo, son parte de un mismo equipo y sufren juntos para acrecentar sus negocios. Ellos soportan la carga del sobrecosto pero cosechan juntos los beneficios del éxito. La relación que impera entre ellos es de confianza y sus intereses son comunes.
Dios nos invita a unirnos a su reino como socios. Mientras el reino crece, algunas veces nos toca a los socios compartir el sufrimiento que conlleva el crecimiento. Pero esto no importa, porque los socios sabemos que cuando el reino de Dios triunfe, todos participaremos de los enormes beneficios.
Lo que más me emociona es saber que Dios ha garantizado el éxito de su reino. Los socios viviremos en un reino extraordinario donde no habrá más muerte ni clamor ni dolor. Si tu inversión ha implicado aflicciones, no te preocupes. Vale la pena.
Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
¿Sabías que..? Relatos y anécdotas para jóvenes
Por Félix H. Cortez
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