Y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él. Lucas 10:34.
En esta parábola, Jesús presenta a un extranjero, un prójimo, un hermano sufriente, herido y moribundo... Pero aunque los sacerdotes y escribas habían leído la ley, no la aplicaban a su vida cotidiana...
En cuanto a la manera en que el sacerdote y el levita trataron al hombre herido, el abogado no había escuchado nada fuera de armonía con sus propias ideas, nada contrario a las formas y ceremonias que eran todo lo requerido según lo que le habían enseñado. Pero Jesús presenta otra escena: "Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a misericordia; y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él" (Luc. 10:33,34)
Después de mostrar la crueldad y el egoísmo manifestados por los representantes de la nación, presenta al samaritano, que era detestado, odiado y maldito por los judíos, y lo coloca ante ellos como uno que posee atributos de carácter muy superiores a los poseídos por los que se atribuían una elevada justicia...
Todo el que pretenda ser hijo de Dios debe notar cada detalle de esta lección... El samaritano advirtió que ante él se encontraba un ser humano en necesidad y sufrimiento, y tan pronto lo ve, siente compasión por él...
El samaritano siguió el impulso de un corazón bondadoso y amante. Cristo presentó la escena de manera que la amonestación más severa recayó sobre las acciones insensibles del sacerdote y el levita. Pero esta lección no era solo para ellos, sino también para los cristianos de nuestros días, y es una advertencia solemne para nosotros, que por el bien de la humanidad, no dejemos de mostrar misericordia y piedad por los que sufren...
En la parábola del buen samaritano, Jesús presentó su propio amor y carácter. La vida de Cristo estaba llena con obras de amor hacia los perdidos y errantes. El pecador está representado en el hombre golpeado y moribundo y privado de sus posesiones. La familia humana, la raza perdida, es presentada en el sufriente, que ha quedado desnudo, sangrante y desamparado. Jesús toma su propio manto de justicia para cubrir al alma, y todo aquel que en él cree no se perderá, sino que tendrá vida eterna.— Signs of the Times, 23 de julio de 1894.
Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White
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