Lugar: Singapur
Palabra de Dios: 2 Timoteo 4:7,8.
El día de los deportes estaba por llegar. Como presidente de curso, estaba a cargo de organizar nuestro equipo. El único problema era que no podía encontrar a alguien dispuesto a correr la carrera de la milla. Finalmente, mi amiga Erin vino a mi rescate. Bueno, más o menos...
-Lo podemos hacer juntas -dijo.
No veía otra opción, así que estuve de acuerdo, avergonzada tan solo de pensar en lo que sucedería. Sonaría el silbato. Todos saldrían corriendo, y en alguna parte, allá atrás, entre el polvo, estaría la lenta de mí. No iba a ser una imagen linda pero, por lo menos, nuestro curso recibiría puntos por participar.
Llegó el día del evento, y la temida carrera de la milla. Me ubiqué en la línea de largada, Con los demás concursantes. El silbato sonó, y partí. Me mantuve con el grupo por un ratito, pero luego tuve que disminuir la velocidad y comenzar a caminar. Me sentía avergonzada. Erin también disminuyó la velocidad, y se quedó a mi lado. Eso es lo que ella quería decir cuando dijo que correría conmigo.
No recuerdo cuan retrasadas estábamos en relación con los demás (creo que bloqueé eso de mi memoria). Pero, lo que sí recuerdo es que la carrera de la milla no fue tan espantosa como pensaba. Erin y yo nos mantuvimos juntas, yendo más lento cuando una de las dos se cansaba o necesitaba recuperar el aliento. Nuestra meta era terminar la carrera, ¡y lo hicimos!
Hay una carrera en la que todos nosotros estamos participando, una carrera espiritual. Y Jesús promete estar con nosotros, ayudándonos a lo largo del camino. No se trata de terminar primero, sino de cruzar la línea de llegada. Entonces, podremos decir, junto con el apóstol Pablo: "He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, me he mantenido en la fe. Por lo demás, me espera la corona de justicia que el Señor, el juez justo, me otorgará en aquel día".
Tomado de Devocionales para menores
En algún lugar del mundo
Por Helen Lee Robinson
No hay comentarios:
Publicar un comentario