Y parte cayó entre espinos; y los espinos crecieron, y la ahogaron. Mateo 13:7.
Con las espinas que ahogan la buena semilla, el gran Maestro describía los peligros que rodean a los que escuchan la Palabra de Dios, porque hay enemigos por todos lados para eliminar el efecto de la preciosa verdad de Dios. Si la semilla de la verdad ha de florecer en el alma, debe renunciarse a todo lo que atrae los afectos para apartarlos de Dios, todo lo que llena la atención de manera que Cristo no encuentra lugar en el corazón. Jesús especificó las cosas que son dañinas para el alma. El mencionó que los cuidados de este siglo, el engaño de las riquezas, y la codicia de otras cosas ahogan la palabra, la semilla espiritual que crece, de manera que el alma deja de obtener su nutrición de Cristo, y la espiritualidad se desvanece del corazón. El amor por el mundo, el amor a sus placeres e imágenes, y el amor a otras cosas separan el alma de Dios; porque los que aman al mundo no dependen de Dios para obtener su valor, su esperanza, su gozo. No saben lo que significa tener el gozo de Cristo, porque este es el gozo de conducir a otros a la Fuente de vida, de ganar almas del pecado a la justicia...
Cuando los que tienen un conocimiento parcial de la verdad son llamados a estudiar algún punto que desafía sus opiniones preconcebidas, se confunden. Sus opiniones preconcebidas son espinas que ahogan la Palabra de Dios, y cuando se siembra la verdad, y se torna necesario arrancar las espinas para darle lugar, sienten que todo se les va de las manos y entran en problema.
Hay muchos que tienen una comprensión imperfecta del carácter de Dios. Piensan que él es duro y arbitrario, y cuando se presenta el hecho de que Dios es amor, se les hace un asunto difícil abandonar sus falsos conceptos de Dios. Pero si no permiten la entrada a la palabra de verdad, que arranque las espinas, las /a ras crecerán nuevamente y ahogarán la buena palabra de Dios; su experiencia religiosa se empequeñecerá, porque el mal de sus corazones abrumará la tierna planta de la verdad y mantendrá afuera la atmósfera espiritual...
La ley de Dios es la regla del gobierno de Dios, y a través de los siglos eternos será la norma de su reino... Si no cedemos a sus requerimientos en esta vida, si no aprendemos a amar a Dios con todo nuestro corazón y a nuestro prójimo como a nosotros mismos, no tendremos ningún cambio de carácter cuando Jesús venga.— Review and Herald, 21 de junio de 1892; parcialmente en Palabras de vida del gran Maestro, p. 31.
Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White
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