Así que no les tengan miedo; porque no hay nada encubierto que no llegue a revelarse, ni nada escondido que no llegue a conocerse (Mateo 10:26).
Seguramente conoces la historia de la tragedia del Titanic. La historia está salpicada de leyendas y anécdotas, algunas increíbles. Una de ellas dice que el novelista norteamericano Morgan Robertson publicó en el año 1898 su novela Futility [Futilidad]. En ella habla de un barco llamado Titán, que en su viaje inaugural choca con un témpano de hielo en el Atlántico Norte y se hunde. El barco carece de suficientes botes salvavidas y todos sus pasajeros mueren. Los hechos ocurren durante el mes de abril.
Catorce años después la realidad se encontró con la ficción. El Titanic cumplió las «profecías» de la novela. La historia dice que el Titanic se hundió en su viaje inaugural desde Southampton a Nueva York, la noche del 14 al 15 de abril de 1912, porque iba demasiado rápido y la tripulación vio el témpano de hielo cuando era demasiado tarde. Pero ahora se sabe que la tragedia se debió a un error del piloto, mantenido en secreto por el segundo oficial de a bordo, Charles Lightoller.
Ahora se sabe que la tripulación vio a tiempo el témpano de hielo, y el primer oficial, William Murdoch, dio la orden: «Fuerte a estribor». El problema fue que Murdoch había sido oficial en buques de vela, y estaba acostumbrado a dar órdenes según el viejo sistema. Así, «Fuerte a estribor» significaba a toda marcha a la derecha. Lo que debiera haber dicho era «Fuerte a babor», para que el barco virara a toda máquina a la izquierda.
El oficial se dio cuenta inmediatamente de su error y dio la contraorden, pero ya era demasiado tarde. El error costó la vida a 1,517 personas. La nieta del segundo oficial Charles Lightoller, la escritora Louise Patten, de 56 años, revela lo ocurrido en su nueva novela Good as Gold [Tan bueno como el oro]. Dice que su abuelo mantuvo el secreto para evitar la deshonra de su superior.
Nuestro Señor dijo que no hay nada encubierto que no haya de saberse, ni oculto que no haya de revelarse. El juicio de Dios sacará a la luz muchos terribles secretos. Procuremos no tener secretos para Dios.
No podemos evitar todos los errores. El mejor de los jóvenes cristianos puede equivocarse, pero conviene confesar nuestros pecados a Dios inmediatamente, porque al final todo saldrá a la luz. Deja que la luz de la verdad de Dios ilumine tu vida para que no haya nada oculto que, seguro, se revelará en el día final.
Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
¿Sabías que..? Relatos y anécdotas para jóvenes
Por Félix H. Cortez
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