A vosotros que sois atribulados, daros reposo con nosotros. 2 Tesalonicenses 1:7.
No olvidemos que Cristo es el camino, la verdad y la vida. El Salvador compasivo invita a todos a venir a él. Creamos las palabras de nuestro Señor, y no hagamos tan difícil el camino hacia él. No recorramos la preciosa ruta, forjada para que la caminen los comprados por el Señor, con murmuración, con dudas, con premoniciones nubladas, quejándonos, como si se nos obligara a hacer una tarea desagradable, exigente. Los caminos de Cristo son caminos placenteros, y todos sus senderos son de paz. Si hemos hecho senderos pedregosos para nuestros pies y tomado cargas pesadas de preocupaciones para conseguir tesoros sobre la tierra, cambiemos ahora y sigamos el sendero que Jesús nos ha preparado.
No siempre estamos dispuestos a entregar nuestras cargas a Jesús. A veces, derramamos nuestros problemas en oídos humanos y contamos nuestras aflicciones a los que no pueden ayudarnos, y descuidamos confiarle todo a Jesús, para que él pueda cambiar los senderos penosos en senderos de gozo y paz…
La brevedad del tiempo es presentada como un incentivo para que busquemos la justicia y hagamos de Cristo nuestro amigo. Este no es el gran motivo; tiene sabor a egoísmo. ¿Será necesario que se nos presenten los terrores del día del Señor para impulsarnos por medio del temor a la acción correcta? No debiera ser así. Jesús es atractivo; él está lleno de amor, misericordia y compasión. Él propone ser nuestro amigo, recorrer con nosotros los duros senderos de la vida…
La invitación de Cristo para todos nosotros es un llamado a una vida de paz y reposo, una vida de libertad y amor, y a una rica herencia en la vida inmortal futura… No necesitamos alarmarnos si este sendero de libertad es formado por medio de conflictos y sufrimientos. La libertad que disfrutaremos será más valiosa porque nos hemos sacrificado para obtenerla. La paz que sobrepasa el entendimiento nos costará batallas con los poderes de las tinieblas, luchas severas contra el egoísmo y los pecados interiores… Al enfrentar la tentación, debemos enseñarnos a nosotros mismos a [manifestar] una resistencia firme, que no provocará un pensamiento de murmuración, aunque estemos cansados por luchar y pelear la buena batalla de la fe…
No podemos apreciar a nuestro Redentor en el sentido más elevado hasta que lo veamos, por los ojos de la fe, extendiéndose a las profundidades mismas de la miseria humana, tomando sobre sí la naturaleza de la humanidad, la capacidad de sufrir; y al sufrir, empleando su poder divino para salvar y levantar a los pecadores al compañerismo consigo -Review and Herald, 2 de agosto de 1881
Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White
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