Querido hermano, no imites lo malo sino lo bueno. El que hace lo bueno es de Dios; el que hace lo malo no ha visto a Dios. 3 Juan 11.
Ayer estábamos hablando de la responsabilidad que tenemos de ser mujeres ejemplares, para que quienes nos observan puedan atisbar el carácter de Jesús a través de nuestro propio carácter. La única manera de lograrlo es permitir que la vida de Cristo fluya a través de la nuestra, aunque sea imperfecta y pecaminosa. Ninguna mujer debe negarse a sí misma este privilegio, aunque piense que no es merecedora de tan gran bondad por parte de Dios.
Ninguna mujer está descalificada, aunque haya dado pasos en la vida que la hayan llevado por caminos lejanos y tortuosos. El amor de Cristo por nosotras es tan fuerte y poderoso que nos puede alcanzar dondequiera que nos encontremos. Y su perdón es tan grande que supera nuestros propios conceptos de perdón.
La mujer adúltera recibió el perdón y razones nuevas para vivir cuando la mano de Dios no se alzó para lapidarla, sino que con inmensa ternura la acogió y la trató con misericordia, con dulces y sencillas palabras: «Tampoco yo te condeno. Ahora vete, y no vuelvas a pecar» (Juan 8:11).
La búsqueda de la mujer samaritana era sincera. Se sentía miserable y era consciente de que todos la despreciaban. Anhelaba una vida mejor y Jesús lo sabía, por eso propició un encuentro con ella (Juan 4: 6). El corazón sediento y el alma vacía de aquella mujer fueron los depósitos que el Maestro llenó con su perdón y su gracia.
La infelicidad que nos pueden acarrear nuestras malas acciones, el desprecio que podemos llegar a sentir hacia nosotras mismas, pueden hacernos creer que nunca llegaremos a ser modelos de conducta para los demás. Y esto puede ser cierto desde la perspectiva humana, pero no desde la perspectiva de Dios. Es bueno recordar que él nos ve como lo que podríamos llegar a ser si cambiáramos nuestro estilo de vida, y ese es nuestro desafío. ¿Demasiado complicado?
Si en este día comienzas a caminar con Cristo, empezarás a cambiar, y entonces podrás decir con propiedad: «Imítenme a mí, como yo imito a Cristo».
Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado
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