No te jactes del día de mañana, porque no sabes lo que el día traerá. No te jactes de ti mismo; que sean otros los que te alaben. Pesada es la piedra, pesada es la arena, pero más pesada es la ira del necio. Proverbios 27:1-3
La vida contemporánea nos exige ir de prisa. Todo el mundo quiere llegar a donde va de la forma más rápida posible. Nos estresamos en medio de calles atestadas de vehículos; nos pone de mal humor tener que hacer largas filas en los bancos, en los supermercados y en los almacenes. En las salas de espera de las consultas médicas es frecuente ver a personas que repiquetean los dedos sobre una mesa, como señal inequívoca de que la espera las pone nerviosas.
Por otro lado, las actividades humanas que antes se realizaban manual o mecánicamente, hoy, gracias a la tecnología, se han optimizado; constantemente ahorramos tiempo y esfuerzo en relación a las generaciones anteriores. Hacer las cosas bien y con rapidez parece ser la consigna del mundo actual.
Sin embargo, en las Sagradas Escrituras encontramos un consejo que es una invitación a ser lentos: «Mis queridos hermanos, tengan presente esto: Todos deben estar listos para escuchar, y ser lentos para hablar y para enojarse; pues la ira humana no produce la vida justa que Dios quiere» (Sant. 1: 19-20).
«Lentos para hablar y para enojarse». Qué difícil resulta a veces comportarnos así, ¿verdad? Con cuánta rapidez respondemos cuando alguien lastima nuestro ego, o cuando alguien tiene la osadía de criticar nuestras opiniones y puntos de vista.
El enojo simple, definido como un malestar en nuestro ánimo, puede causarnos graves problemas cuando se transforma en ira incontenible. La ira es una respuesta emocional acompañada de furia y violencia, que puede incluso generar daños al organismo. El salmista David nos exhorta al respecto con estas palabras: «Refrena tu enojo, abandona la ira; no te irrites, pues esto conduce al mal» (Sal. 37: 8).
Las madres en el hogar están expuestas a muchas tensiones. Los múltiples quehaceres pueden llevarlas a la irritabilidad y al enojo y, finalmente, a arranques de ira, lo que puede hacer víctimas de ella a sus seres amados, fracturando y rompiendo las relaciones familiares.
Amiga, antes de exaltar tu ánimo, recuerda que «más vale habitar en el desierto que con mujer pendenciera y de mal genio» (Prov. 21: 19).
Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado
No hay comentarios:
Publicar un comentario