Jesús habló con seguridad y reveló una profundidad de pensamiento que superaba por mucho el de los escribas y rabinos más entendidos. Era evidente que tenía un conocimiento esmerado de las Escrituras del Antiguo Testamento y que presentaba la verdad sin mezclarla con dichos y máximas humanos. Las viejas verdades caían en sus oídos como una nueva revelación...
Jesús presentaba sus lecciones a la gente, pero no tenía el hábito de afirmar su elevado derecho a la autoridad. Él había venido a salvar al mundo perdido, y sus palabras y obras, toda su vida humana, habría de hablar a favor de su divinidad. Permitió que su dignidad, su vida, su proceder, testificaran ante la gente que él hacía las obras de Dios. Dejó que ellos extrajeran su propia conclusión respecto de sus aseveraciones en tanto les explicaba las profecías concernientes a su persona. Los dirigía a buscar en las Escrituras, porque era esencial que interpretaran correctamente la misión y la obra del Hijo de Dios. Les señaló el hecho de que él estaba cumpliendo las profecías que hasta ese momento habían sido anunciadas por hombres santos movidos por el Espíritu Santo. Declaró abiertamente que estos habían escrito de él, e iluminó sus palabras y obras con los claros rayos de la luz de la profecía... Se destacó en su ministerio como alguien que se distinguía de todos los otros maestros. El mismo había inspirado a los profetas a escribir de él. La obra de su vida había sido planificada en los concilios eternos del cielo antes de la fundación del mundo... Su vida era la luz de los hombres, y él presentaba su vida ante el pueblo, para que su fe echara mano de ella, y llegasen a ser uno con él.
Aunque presentaba una verdad infinita, dejó sin decir muchas cosas de las que pudo haber dicho, porque incluso sus discípulos no eran capaces de comprenderlas. Dijo: "Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar" (Juan 16:12). El meollo de su enseñanza era la obediencia a los mandamientos de Dios, que obrarían la transformación del carácter e inculcarían la excelencia moral, moldeando el alma a la semejanza divina. Cristo había sido enviado a la tierra para representar a Dios en su carácter. Jesús era el Dador de la vida, el Maestro enviado por Dios para proveer salvación para un mundo perdido, y para salvarnos a pesar de todas las tentaciones y engaños de Satanás. El mismo era el evangelio. El presentaba claramente en sus enseñanzas el gran plan diseñado para la salvación de la raza.— Review and Herald, 7 de julio de 1896.
Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White
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