Cada uno será como un refugio contra el viento, como un resguardo contra la tormenta; como arroyos de agua en tierra seca, como la sombra de un peñasco en el desierto (Isaías 32:2).
Durante el siglo XIX el mundo cristiano miraba el futuro con grandes esperanzas. Los predicadores proclamaban la Edad de Oro del progreso de la humanidad. Los adventistas eran tenidos como alarmistas porque anunciaban calamidades y terrores.
Pero cuando estalló la Primera Guerra Mundial, seguida de la Gran Depresión de 1929 y luego la Segunda Guerra Mundial, la humanidad comenzó a entender que el progreso natural y la estabilidad internacional estaban muy lejos de alcanzarse. Los días que siguieron al ataque a Pearl Harbor, que obligó a los Estados Unidos a entrar en el conflicto bélico, fueron muy difíciles para Norteamérica. La industria no estaba preparada para construir armamento para una guerra de tales dimensiones. Las batallas se perdían una tras otra, tanto en Europa como en el Pacífico.
En esos momentos de crisis, el presidente Franklin D. Roosevelt repitió una de sus frases favoritas: «No tenemos nada que temer, excepto el temor mismo». Estas palabras dieron ánimo al pueblo norteamericano. Pero si lo analizamos cuidadosamente, veremos que equivale a silbar en la oscuridad, como diciendo que no hay por qué tener miedo. Cuando los temores son imaginarios, de algo sirve silbar en la oscuridad, pero eso no se puede comparar con un haz de luz que penetra la oscuridad y nos muestra que, en efecto, no hay nada que temer.
Dios ha dado su Palabra que es como una lámpara a nuestros pies y «es una luz en mi sendero» (Sal. 119:105). Cuando los Estados Unidos y la Unión Soviética estaban fabricando y probando sus bombas de hidrógeno, alcanzó gran venta el libro titulado No Place to Hide [No hay dónde esconderse], en el que se presentaba el asombroso poder destructivo de las armas nucleares, la futilidad de los refugios contra esas bombas y la facilidad con que un insensato podía desatar una hecatombe mundial.
Si los adventistas han predicado los terrores del fin del mundo, lo cual deben hacer para que nadie ignore que ocurrirá, han predicado con más vigor y elocuencia la gran esperanza de la segunda venida de Jesús en gloria y majestad. No tenemos nada que temer. Él es nuestro amparo y fortaleza. Como dice nuestro texto de hoy: «Cada uno será como un refugio contra el viento, como un resguardo contra la tormenta; como arroyos de agua en tierra seca, como la sombra de un peñasco en el desierto». Confiemos en él. Es la mejor actitud que podemos adoptar al empezar el día.
Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
¿Sabías que..? Relatos y anécdotas para jóvenes
Por Félix H. Cortez
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