Hazme saber, Señor, el límite de mis días, y el tiempo que me queda por vivir; hazme saber lo efímero que soy. Muy breve es la vida que me has dado; ante ti, mis años no son nada. Un soplo nada más es el mortal, un suspiro que se pierde entre las sombras. Salmo 39:4-6.
Hoy es un día para alegramos y alabar a Dios por el maravilloso acto de expiación que Jesucristo hizo en nuestro favor en la cruz del Calvario. Gracias a ese grandioso acontecimiento que tuvo lugar hace más de dos mil años, nosotras, así como todo creyente de todas las edades, podemos aspirar a la vida eterna. ¿Podría haber acaso mayor alegría que esta?
Muchas personas perciben la vida como un “mar de lágrimas”. Aducen que el dolor y el sufrimiento abundan en exceso, en contraste con el placer y la felicidad, que son más bien escasos. Los momentos buenos son breves y los pesares muchos. Las alegrías efímeras y las tristezas permanentes. Mucho llanto, poca risa… No nos extrañemos de que así sea. La breve estancia de Jesús en esta tierra estuvo marcada por el dolor, el sufrimiento, la ingratitud y finalmente la muerte.
Sin embargo, en el día glorioso de su resurrección, se abrió también una puerta de esperanza para cada una de nosotras. Gracias a ese milagro, podemos ver mas allá de los sufrimientos e ingratitudes de esta vida. La vida, la muerte y la resurrección de Cristo son los más ricos dones que recibimos del cielo. Jesús mismo declaro: “El Espíritu del Señor esta sobre mí, por cuanto me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres. Me ha enviado a proclamar libertad a los cautivos y dar vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, a pregonar el ano del favor del Señor” (Luc. 4:18-19).
Gózate en la vida de Cristo, reflexiona en su muerte y llénate de júbilo en su resurrección. Aprende a vivir como el vivió: amando y sirviendo. Piensa que en su muerte el pecado fue vencido y alégrate, pues en su resurrección se esconde la maravillosa promesa de la vida eterna para todos sus hijos e hijas.
Si en este momento de tu vida la congoja y las lágrimas te han hecho perder la alegría de vivir, prueba a sonreír pensando que todo esto es pasajero y propio de un mundo que está atrapado en el pecado. Recuerda que la alegría natural provee salud al cuerpo y al espíritu; es la razón por la cual nuestro Dios nos pide: “Estén siempre alegres” (1. 5:16).
Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado
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