miércoles, 15 de mayo de 2013

VENID Y APARTAOS

Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré. 2 Corintios 6:17.

Aquí hay una promesa para nosotros condicionada por la obediencia. Si salimos del mundo y nos apartamos, y no tocamos lo inmundo, él nos recibirá. He aquí las condiciones de nuestra aceptación de parte de Dios. Nosotros tenemos algo que hacer. He aquí una labor para nosotros. Hemos de mostrar nuestra separación del mundo. La amistad con el mundo es enemistad con Dios. Para nosotros es imposible ser amigos del mundo y estar, no obstante, en unión con Cristo. Pero, ¿qué significa ser amigos del mundo? Es estrechar manos con ellos, disfrutar lo que ellos disfrutan, amar lo que ellos aman, buscar el placer, buscar la gratificación, seguir nuestras propias inclinaciones. Al seguir inclinaciones, no colocamos nuestros afectos en Dios; nos estamos amando y sirviendo a nosotros mismos. Pero hay una gran promesa: "Salid de en medio de ellos, y apartaos". ¿Apartados de qué? De las inclinaciones del mundo, sus gustos, sus hábitos; las modas, el orgullo y las costumbres del mundo... Al tomar esta decisión, al mostrar que no estamos en armonía con el mundo, la promesa de Dios es nuestra. El no dice que quizá nos reciba, sino "os recibiré". Es una promesa positiva.
Ustedes tienen la certeza de que serán aceptados por Dios. Entonces, al separarse del mundo se conectan con Dios; se convierten en miembros de la familia real. Llegan a ser hijos e hijas del Altísimo; son hijos del Rey celestial, adoptados en su familia, y tienen un apoyo desde arriba, unidos con el Dios infinito cuyo brazo mueve el mundo.
¡Qué exaltado privilegio es ser favorecidos de esta manera, honrados así por Dios, ser llamados hijos e hijas del Señor Todopoderoso! Es incomprensible, pero aun así, con todas estas promesas y palabras de ánimo, hay muchos que dudan y vacilan. Están en una posición indecisa. Parecen pensar que si se hacen cristianos, habrá una montaña de responsabilidades en términos de deberes religiosos y obligaciones cristianas. Una montaña de responsabilidades, una vida entera de velar, de batallar contra sus propias inclinaciones, con su propia voluntad, con sus propios deseos, con sus propios placeres; y al ver esto, les parece una imposibilidad dar el paso, decidir que serán hijos de Dios, siervos del Altísimo.— Signs of the Times, 31 de enero de 1878.

Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White

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