“Ciertamente llevó él nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores, ¡pero nosotros lo tuvimos por azotado, como herido y afligido por Dios![…] Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros”. Isalas 53:4, 6
Aveces llego a casa a horas avanzadas de la noche, y por la rendija de luz de la puerta entreabierta del armario contemplo el rostro dormido de mi esposa. Y me pregunto cómo podría alguna vez sobrevivir estando separado de Karen. Un fin de semana o una semana sin ella es ya suficientemente malo de por sí, pero, ¿estar privado de su amor toda la eternidad? Se me estremece el corazón solo de pensarlo.
En aquel huerto, a medianoche, con las uñas aferradas al húmedo suelo, Jesús suplica tres veces en busca de otra vía. “Si es tu voluntad, Abba, Padre, te ruego… quita de mí esta copa”. El Señor ya estaba cargando “en él el pecado de todos nosotros”. La terrible lucha de la realidad de la separación eterna del Padre causada por el pecado ya estrangulaba la vida del Hijo. El veneno de la “copa” es la muerte eterna, la separación definitiva de Aquel que ha sido el amor de su vida.
“La suerte de la humanidad pendía de un hilo. Cristo podía aun ahora negarse a beber la copa destinada al hombre culpable. Todavía no era demasiado tarde. Podía enjugar el sangriento sudor de su frente y dejar que el hombre pereciese en su iniquidad” (El Deseado de todas las gentes, cap. 74, p. 656).
¿Fue una tentación? No creerás que Jesús estaba solo en aquel huerto, ¿verdad? Si el ángel rebelde caído había asaltado personalmente a Cristo en el desierto al comienzo de su ministerio, ¿no estaría también en el huerto el oscuro líder, con todas sus legiones demoníacas? Solo que ahora los riesgos eran exponencialmente mayores para Satanás y su reino. Porque si Jesús sale de este huerto esta noche y va al Calvario mañana como sacrificio divino por el pecado y los pecadores, es el principio del fin para la serpiente, que seguramente chilla con toda su diabólica furia: “Vete a tu abba, niño de papá. Aquellos por los que querrías morir duermen. Esta patética especie miserable es mía, porque yo soy su príncipe. Vete casa, niño de papá. ¿Por qué ibas a morir para siempre?”
Solo Lucas -un médico- consigna la infrecuente afección denominada hematidrosis, el sangrado de los vasos superficiales al interior de las glándulas sudoríparas en situaciones de angustia mental extrema (Luc. 22:44). El suelo empapado en sudor sanguinolento bajo la forma encorvada del Hombre del huerto es prueba suficiente de que la copa de nuestra salvación tembló en su mano.
Y volvemos a preguntarnos: ¿Hay un Amor tan intenso que querría escoger morir para siempre… por nosotros?
Tomado de Lecturas devocionales para Adultos 2016
EL SUEÑO DE DIOS PARA TI
Por: Dwight K. Nelson
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