La naturaleza nos ha dado dos oídos y una boca para enseñamos que más vale oír que hablar. Zenón
Se cuenta que, en época de la colonización estadounidense, el comandante de un fuerte recibió el encargo de entrar en conversaciones con un venerable jefe indio. Con la ayuda de un traductor, tímidamente le fue haciendo preguntas. Sorprendido ante la falta de respuestas del jefe indio, tras la reunión el comandante le preguntó al traductor el porqué de aquel silencio. El hombre contestó: “Usted le merece demasiado respeto como para no escucharle atentamente hasta el final. Le responderá cuando haya pensado en todo lo que le ha dicho”.
Existe una queja universal: “Mi esposo no me escucha. Mis hijos no me escuchan. Mis padres no me escuchan. Mi jefe no me escucha…” En otras palabras, no respetamos lo suficiente a nuestros esposos, hijos, padres, jefes, amigos o compañeros como para escucharlos con toda nuestra atención, sin hacer nada más que simplemente eso: escuchar.
“Todos necesitamos compartir nuestras dudas, nuestros temores, nuestras esperanzas, nuestros errores y nuestras victorias. Para lograrlo, tenemos que estar seguros de que seremos escuchados sin ser juzgados, acusados, aconsejados o interrumpidos. A veces simplemente para liberamos de sentimientos que nos atormentan y que nos pueden conducir a la depresión y el aislamiento”.* Y no solamente en los malos tiempos necesitamos un oído atento, sino también cuando llegan los triunfos y las alegrías, en los que con frecuencia no encontramos a nadie que se alegre con nosotras.
“Es una necedad y una vergüenza responder antes de escuchar” (Prov. 18:13), nos advierte la Escritura, porque con esa actitud demostramos que no hemos aprendido a centrar nuestras conversaciones en los intereses del otro, en el crecimiento del otro, en la conversión del otro, sino que todo lo filtramos en función de cómo nos afecta a nosotras. Pero hay un Maestro a cuyos pies podemos aprender a ser buenos oidores. Por eso, respondamos al llamado: “Acérquense y escuchen lo que Dios el Señor tiene que decirles” (Jos. 3:9, NVI). Ojalá nuestra respuesta sea: “Habla, que tu siervo escucha” (1 Sam. 3:9). Porque son “dichosos los que [lo] escuchan y a [sus] puertas están atentos cada día, esperando a la entrada de [su] casa” (Prov. 8:34, NVI).
* Paul J. Donogue y Mary E. Siegel, Are You Really Listening? [¿De verdad sabes escuchar?] (Indiana: Ave Mana Press, 2005), p. 16.
“Es una necedad y una vergüenza responder antes de escuchar” (Prov. 18:13).
Tomado de Lecturas Devocionales para Damas 2016
ANTE TODO, CRISTIANA
Por: Mónica Díaz
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