“[Adán] respondió: ‘Oí tu voz en el huerto y tuve miedo, porque estaba desnudo; por eso me escondí’ Génesis 3:10
Entonces, ¿quién es este Dios que nos ha elegido? No esperes las palabras del diablo, como aquellas que tenía listo para el ataque y al acecho aquel día primigenio en que los dorados rayos de sol entraban a raudales por la bóveda del mosaico esmeralda de aquel extenso huerto de frutales y el rocío titilaba como gotas diamantinas en las ramas cargadas de fruto. Eva, la primera mujer, andaba con gracia, bañada por la luz, adentrándose inocentemente en la trampa.
“¡Eh, eh! Aquí. Arriba”. Por vez primera (y no la última), se cruzaron la mirada la primera mujer y la primera serpiente. Y con un ardid tan viejo como el Edén, esta atrapó el alma de aquella entablando una conversación. Verás, cuando razonas con el diablo, terminas perdiendo, esa es la regla. La mujer lo hizo, y perdió. Mordió el anzuelo, saltó en defensa de su Creador y el engaño la tomó por sorpresa, desobedeció a Dios, comió del fruto, convenció a su marido y juntos hundieron a toda la especie.
¿Qué haría el Creador ante tal situación? Lo mismo que hace instintivamente todo progenitor con un hijo que ha huido de casa: salir de casa a buscarlo. “Pero [al refrescar la tarde] Jehová Dios llamó al hombre, y le preguntó: ¿Dónde estás?’ ” (Gén. 3:9). Y en la temblorosa respuesta de Adán (y Eva), escondidos tras un arbusto -“Tuve miedo”-, encontramos la mentira primordial de la serpiente: Dios es alguien a quien temer.
Templos budistas, santuarios sintoístas, patios hinduistas, mezquitas musulmanes, sinagogas judías, iglesias cristianas -no importa el lugar sagrado-: la mentira es siempre la misma: Dios es alguien a quien temer. Así, por millones, los fieles de la tierra llevan a cabo sus rituales, leen sus libros sagrados, elevan sus plegarias, todo con la esperanza de aplacar a un Dios enfadado y temible.
¿Por qué? Porque “el enemigo del bien cegó el entendimiento de los seres humanos, para que miraran a Dios con temor y lo considerasen severo e implacable […] como un ser cuyo principal atributo es una justicia implacable […] que vela con ojo inquisidor para descubrir los errores y las faltas de los seres humanos y hacer caer sus juicios sobre ellos” (El camino a Cristo, cap. 1, p. 16). Entonces, ¿tampoco hay esperanza para nosotros?
“A fin de disipar esta negra sospecha vino el Señor Jesús a vivir entre nosotros, y manifestó al mundo el amor infinito de Dios” (ibíd.). ¡Gran noticia para la mayor mentira! Ya no hace falta que nos la sigamos creyendo. Ha venido alguien a decirnos la verdad.
Tomado de Lecturas devocionales para Adultos 2016
EL SUEÑO DE DIOS PARA TI
Por: Dwight K. Nelson
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