“Ninguno de nosotros vive para sí mismo ni muere para sí mismo” (Rom. 14:7).
Solamente una vida dedicada a los demás merece ser vivida. Einstein
¿Has oído la expresión “vive y deja vivir”? No la creas; es un lema para mentes estrechas. Las almas grandes viven según otro lema: “Vive y ayuda a vivir”. Sabiendo como sabemos la diferencia que marcan las relaciones personales en nuestras vidas, no hemos de contentarnos con no ser un obstáculo en el crecimiento de los demás, sino aspirar a ayudarles en su crecimiento. Una palabra de ánimo, una expresión facial, una palmadita en el hombro, un abrazo de consuelo, un mensaje esperanzado, una visita práctica, una ayuda real, el simple ofrecimiento de una silla… ¡hay tantos gestos que encierran un gran poder para ayudar a vivir!
Jesús lo tenía claro. Su vida no fue un compendio de gestos para evitar convertirse en un obstáculo. Su vida fue un gesto tras otro, una palabra tras otra, una acción tras otra, para ayudar a vivir, para enseñar a vivir, para animar a vivir, para acompañar a vivir… Puesto que el principio bíblico nos dice que “ninguno de nosotros vive para sí mismo ni muere para sí mismo” (Rom. 14:7) está claro que la vida más elevada es la que se vive para los demás; para ayudar a vivir a los demás. No es un trabalenguas, es la esencia del cristianismo en palabras sencillas.
Jesús dijo: “Ama a tu prójimo como a ti mismo y tendrás la vida” (Luc. 10:28), y acto seguido mostró el ejemplo del buen samaritano. “Esta no era una escena imaginaria, sino un suceso reciente, conocido exactamente como fue presentado” (El Deseado de todas las gentes, cap. 54, p. 471). Lo que sucedió es bien sabido: un ejemplo real de compasión; una actuación sin vacilación, desprejuiciada, cuyo único objetivo era ayudar a vivir; una desviación del camino propio para invertir tiempo, dinero y energías en el ajeno; un tierno cuidado y una provisión para la vida futura de un simple desconocido.
Sobran las palabras. “En la historia del buen samaritano, Cristo ilustra la naturaleza de la verdadera religión. Muestra que esta no consiste en sistemas, credos, o ritos, sino en la realización de actos de amor, en hacer el mayor bien a otros, en la bondad gemina” (ibíd., p. 469). En resumidas cuentas: la verdadera religión consiste en ayudar a vivir.
Tomado de Lecturas Devocionales para Damas 2016
ANTE TODO, CRISTIANA
Por: Mónica Díaz
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