Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás. Génesis 2:16, 17.
Adán y Eva siempre estaban felices. No vivían en una casa o un departamento como nosotros hoy, sino en un hermoso jardín lleno de árboles altísimos, ríos caudalosos y estruendosas cascadas. Donde sea que ellos miraran, veían una belleza impresionante. Dios les había dado todo lo que podrían necesitar para su gozo y placer. Se tenían el uno al otro, y toda la eternidad por delante.
Tampoco se preocupaban por la ropa. Dios los había provisto con algo mucho mejor que jeans y camisetas. “Una cubierta de luz, la luz de Dios, los rodeaba. Esta luz clara y perfecta iluminaba todo aquello a lo cual ellos se acercaban” (Testimonios para la iglesia, t. 8, p. 266). ¡Imagina la luz de Dios brillando en ti todo el tiempo! Adán y Eva tenían esta luz por dondequiera que iban.
La mejor parte del día llegaba justo después de la puesta del sol, cuando Dios mismo venía para charlar con ellos de manera personal. Adán y Eva iban corriendo, luciendo enormes sonrisas, cuando oían que llegaba su Creador. Era mucho más divertido hablar con él cara a cara. Tenían tantas preguntas que hacer, y Aquel que había creado todo siempre tenía las respuestas.
Un día, Dios les dijo que podían comer cualquier fruto de cualquier lugar de su Jardín del Paraíso, pero que permanecieran alejados de un árbol en particular. Necesitaba probar su lealtad por un momento, y les enviaría a otros visitantes para darles instrucciones adicionales.
Los ángeles buenos volaron del cielo a la Tierra no solo para enseñarles a Adán y a Eva cómo cuidar de su hogar, sino también para contarles la historia de la rebelión y la caída de Satanás. “Manténganse alejados del árbol prohibido”, los ángeles advirtieron, “y por supuesto, permanezcan juntos. Estarán más seguros de esa manera”.
Adán y Eva podían mostrar su lealtad a Dios pasando esta simple prueba de confianza, la más suave que Dios les podía dar. Y, si la aprobaban, finalmente serían situados más allá del poder de Satanás. Habría sido fácil para Dios retenerlos para que no tocaran el árbol pero, entonces, Satanás habría reclamado: “¿Ven? ¡Dios fuerza a las personas a serle obedientes!”
El Señor no quería simples máquinas, sino personas que lo obedecieran porque lo amaban.
Tomado de devoción matutina para menores 2016
¡GENIAL! Dios tiene un plan para ti
Por: Jan S. Doward
No hay comentarios:
Publicar un comentario