Solo hay dos caminos: la benevolencia y el egoísmo. Confucio
“Esa es la verdad, te guste o no”. “Solo estoy siendo sincera”. Con estas palabras justificamos muchas veces nuestra falta de tacto al hablar, como si la sinceridad o la verdad fueran excusas para hacer daño. Si te soy sincera, yo creo que la honestidad brutal es precisamente eso, brutal… Cuando interpretamos erróneamente eso de ser “completamente sinceros” y lanzamos sin anestesia nuestras supuestas verdades a expensas de los sentimientos ajenos, lo que estamos manifestando es nuestra inmadurez e inseguridad. La próxima vez que te sientas tentada a actuar así, detente y sigue el ejemplo de Sócrates.
Uno de los discípulos de Sócrates le preguntó: “¿Sabes lo que dicen de ti?” Pausadamente, el sabio contestó: “No, pero antes de que me digas nada quiero saber si lo has pasado por el examen del triple filtro. El primer filtro es la verdad. ¿Estás seguro de que lo que vas a decirme es cierto?” “No”, respondió el muchacho. “Entonces pasemos al segundo filtro.
Lo que vas a decirme ¿es bueno?”, preguntó de nuevo Sócrates. “No”, fue la respuesta. “¿Es útil que me lo digas?”, fue la última pregunta. “No”. “Bien -concluyó Sócrates-. Si lo que deseas decirme no es cierto, ni bueno, ni útil, no me lo digas”.*
El más sabio de todos los sabios aplicaba el filtro del amor antes de hablar, incluso cuando podía disparar a quemarropa con la verdad y nada más que la verdad. En una ocasión, obligado por la presión del grupo a dirigirle unas palabras a una mujer sorprendida en adulterio, Jesús no se valió de la verdad para restregársela en la cara y darle una lección que nunca olvidaría, sino que buscó el mensaje más positivo, verdadero y útil que pudiera darle para llevarla a Dios: “Tampoco yo te condeno; ahora, vete y no vuelvas a pecar” (Juan 8:11).
¿Usamos filtros antes de hablar? Hay uno que no falla: el amor; ese ha de ser nuestro motivador para hablar o, si conviene más, callar. De esa manera, podremos decir como el apóstol Pablo: “Para nosotros, el motivo de satisfacción es el testimonio de nuestra conciencia: Nos hemos comportado en el mundo […] con la santidad y sinceridad que vienen de Dios. Nuestra conducta no se ha ajustado a la sabiduría humana sino a la gracia de Dios” (2 Cor. 1:12, NVI). Permitamos que el amor de Dios impregne siempre nuestra sinceridad.
“Nuestra conducta no se ha ajustado a la sabiduría humana sino a la gracia de Dios” (2 Cor. 1:12, NVI).
* Roberto Badenas, Raúl Posse, El valor de los valores (Doral, Florida: APIA, 2013), p. 50.
Tomado de Lecturas Devocionales para Damas 2016
ANTE TODO, CRISTIANA
Por: Mónica Díaz
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