“Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios”. Romanos 3:23
La protesta por la pena capital sigue viva hoy en día. Gracias a avances en las pruebas de ADN, las condenas por homicidio de no pocos presos en el corredor de la muerte han sido anuladas por nueva evidencia de ADN. Habían condenado a muerte al hombre indebido. Estaban a punto de ejecutar a un hombre inocente. Vi una entrevista precisamente con un expreso exonerado en tales circunstancias. Había pasado décadas de su vida tras los barrotes como consecuencia de las prisas del Estado por obtener una condena. Cuando la cámara sacó un primer plano de su rostro, eran casi palpables las emociones mezcladas de alivio e ira.
Mucho más trágicos, por supuesto, han sido los descubrimientos póstumos de que el Estado, pensando que tenía al culpable entre rejas, había procedido a ejecutar al hombre equivocado, que resultó ser inocente. Solo la resurrección puede rectificar un mal tan terrible.
Sin embargo, la declaración de Pablo aquí en Romanos no puede ser anulada por nuevas pruebas de ADN. “Todos pecaron”. Punto. Todos “están destituidos de la gloria de Dios”. Punto. No hay necesidad de apelación al Tribunal Supremo, porque el más alto Tribunal del universo ya ha declarado con perfecta presciencia que el prisionero, el pecador, es culpable del delito que se le imputa. Desde la Madre Teresa a Adolf Hitler, pasando por ti y por mí, todos hemos pecado. El veredicto es “culpable”, y la sentencia es la muerte. “Porque la paga del pecado es muerte” (Rom. 6:23). Punto final.
Entonces, ¿cómo nos libraremos nosotros, que anhelamos ser elegidos, de la terrible sentencia? ¿Son nuestras ofensas, nuestras transgresiones, nuestras iniquidades, nuestros pecados imperdonables?
Resulta que nuestra única esperanza es el mayor error judicial de toda la historia.
En aquel día que ahora ha dividido por siempre el pasado del futuro, un Hombre inocente fue conducido apresuradamente por el Estado a su ejecución. Las pruebas de ADN de aquel viernes fatídico resultan ahora más que claras: ejecutaron al Hombre equivocado; un Hombre inocente fue llevado a la muerte. Solo una resurrección podía rectificar un error tan grave.
¡Y eso, por supuesto, es el evangelio eterno! “Al que no cometió pecado alguno [Cristo, inocente], por nosotros Dios lo trató como pecador [culpable], para que en él recibiéramos [los pecadores que anhelamos ser elegidos] la justicia [la rectitud de la inocencia] de Dios” (2 Cor. 5:21, NVI).
El mayor error judicial de la historia del universo ha abierto de par en par las puertas del cielo a todos los culpables a los que Dios ha llamado a ser elegidos. ¡Maravillosa gracia!
Tomado de Lecturas devocionales para Adultos 2016
EL SUEÑO DE DIOS PARA TI
Por: Dwight K. Nelson
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