Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. 1 Juan 5:14.
Finalmente llegó el día cuando Jocabed no pudo ocultar más a su bebé. Tenía que hacer algo, y rápido. Cortar los largos tallos de las plantas acuáticas que crecían cerca del río Nilo no levantaba sospecha. Después de todo, era común tejerlas para hacer canastos. Después de impermeabilizar el pequeño barco de mimbre con cieno y alquitrán, ella y su hija María regresaron corriendo a casa para esconder al niño allí adentro. El lugar más seguro para colocar la pequeña arca con su preciado cargamento sería en un lugar apartado del río. Además, en este lugar solía venir a bañarse la princesa de la corte real.
Jocabed no se atrevió a quedarse en los alrededores para mirar, por temor a que algunos de los hombres de Faraón pudiera verlos y matarlos a ambos, a ella y a su pequeño. Pero, su hija podía fácilmente quedarse sin que nadie la viera. Y había otros que también se estaban quedando: aunque no se los podía ver, los ángeles rondaban sobre el pequeño bote, cuidándolo mientras otros ángeles dirigieron a la hija del Faraón hacia el lugar exacto en el momento justo.
No pasó mucho tiempo antes de que la princesa descubriera el pequeño bote meciéndose entre los juncos. Llamó a una de sus criadas para que le trajera la canasta, y abrió la tapa. El bebé se despertó bruscamente por la brillante luz del sol que lo invadía y por los rostros extraños que lo miraban detenidamente. Lloró como todos los bebés lloran cuando son sorprendidos, y eso tocó el corazón de la dama real.
“Este es uno de los niños hebreos”, dijo con ternura. Desde su escondite, María notó cuán amorosamente actuaba la princesa, y sabía que su oportunidad había llegado. “¿Iré a llamarte a una niñera de entre las mujeres hebreas para que pueda cuidar al bebé por ti?”
La princesa sonrió y asintió con la cabeza. “Ve”.
¡Imagina los nervios de Jocabed cuando María la llevó hasta la princesa, quien le entregó al bebé! La princesa no debía sospechar que ella era la verdadera madre. No debía actuar como muy interesada o muy entusiasmada. Mantén la calma, se debió de haber dicho. Era difícil contener sus lágrimas de alegría, era difícil pretender indiferencia. Ella no solo sería capaz de educar a su propio hijo, ¡sino también le pagarían por hacerlo!
Su fe había sido recompensada completamente.
¡GENIAL! Dios tiene un plan para ti
Por: Jan S. Doward
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