No habitará dentro de mi casa el que hace fraude; el que habla mentiras no se afirmará delante de mis ojos. Salmo 101:7.
Isaac estaba decidido a darle a Esaú la primogenitura, y ninguna cantidad de argumentos podía persuadirlo de cambiar de opinión. Sin importar cuán duro tratara Rebeca de convencerlo de otra cosa, resistía cada palabra obstinadamente. Ni siquiera escucharía el hecho de que el ángel le había dicho que Jacob iba a recibir la bendición prometida.
Isaac estaba cerca de su cumpleaños número 137, y sentía que podía morir pronto. La ceguera que oscurecía sus ojos no era tan mala como la obstinada ceguera que lo llevaba a ignorar la falta de mérito de Esaú para recibir la primogenitura espiritual. Su hijo mayor había negociado la bendición por un tazón de guiso, se había casado con dos mujeres paganas y le había dado la espalda a Dios totalmente; y así y todo Isaac se rehusaba a darle a Jacob la bendición. Llamando a Esaú a su lado, el anciano le sugirió compartir una comida de sabrosa carne de venado para celebrar antes de pronunciar la bendición final.
Pero, cuando Rebeca escuchó por casualidad el arreglo, inmediatamente comenzó a maquinar para engañar a su esposo.
Era un complot. Jacob, que tenía 77 años, debía haber entendido mejor la situación. No solo era él quien le iba a traer a su padre algo de carne de cabra con especias y servirla como carne de venado, sino también se suponía que imitaría a Esaú. Al principio no lo iba a hacer ¡porque no quería ser atrapado! Quería una bendición, no una maldición. Sin embargo, Rebeca lo convenció para que llevaran a cabo el gran engaño igual. Ella cocinaría y él actuaría. Ambos realmente creían que la deshonestidad era apropiada si era por una buena causa.
Vestido con las ropas de su hermano, y el dorso de sus manos y su cuello cubiertos con sedoso pelo de cabra, se aproximó nerviosamente a su padre. Ciego y anciano, Isaac percibió el aroma del apasionado por las actividades al aire libre en la ropa y sintió las manos peludas. Incluso aceptó la mentira de que el Señor le había ayudado a conseguir la -así llamada- carne de venado tan rápido.
Pero había algo que no estaba del todo bien con él. “La voz es la voz de Jacob, pero las manos son las manos de Esaú”, balbuceó, realmente confundido.
Jacob mintió otra vez declarando que realmente era Esaú. Al final, él y su madre tuvieron éxito en su engaño, pero este solo les trajo problemas y tristeza
Tomado de devoción matutina para menores 2016
¡GENIAL! Dios tiene un plan para ti
Por: Jan S. Doward
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