Pondré en ti mi aliento de vida, y volverás a vivir. Dios
“Te aseguro que el que no nace de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3).
Un profesor de Teología solía llevar a sus alumnos al cementerio. Mientras observaban las lápidas les pedía: “Digan a los muertos que resuciten”. Con vergüenza, los jóvenes obedecían, pero fracasaban. Entonces su profesor les recordaba que, al igual que los cadáveres de un cementerio, todos estamos espiritualmente muertos. Únicamente Dios puede hacemos revivir.
Hace tiempo el mayor Profesor de Teología, ese “viejo sabio” llamado Dios, enseñó esta misma lección a la humanidad. Abramos nuestro libro de texto en Ezequiel 37 y leamos: “La mano del Señor […] me colocó en medio de un valle que estaba lleno de huesos […] completamente secos. Y me dijo: ‘¡Podrán revivir estos huesos?’ Yo le contesté: ‘Señor, tú lo sabes’. Entonces me dijo: *[…] Diles: ¡Huesos secos, escuchen la palabra del Señor! […] Yo les daré aliento de vida, y ustedes volverán a vivir. Les pondré tendones, haré que les salga carne, y los cubriré de piel; les daré aliento de vida, y así revivirán’. […] Y el aliento de vida entró en ellos; entonces los huesos revivieron” (Eze. 37:1-10, NVI).
Tú y yo estamos tan capacitadas para ser cristianas por nosotras mismas como lo están un montón de huesos secos para unirse por sí solos, recobrar vida y salir andando. Somos “cadáveres” de un valle de muerte llamado Tierra hasta que la Palabra de Dios nos transforma; entonces, pasamos de muerte a vida por obra de la gracia (no por nuestros esfuerzos o inteligencia, que son huesos sin vida, músculo ni articulación).
Jesús nos dice: “Te aseguro que el que no nace de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3). Porque “en otro tiempo ustedes estaban muertos en sus transgresiones y pecados, […] pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor por nosotros, nos dio vida. (…) ¡Por gracia ustedes han sido salvados! (…) Dios nos resucitó. (…) Por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios” (Efe. 2:1-8, NVI). Sin este nuevo nacimiento, sin esta regeneración, tú y yo estamos espiritualmente muertas; no enfermas, ni débiles, ni incapacitadas, sino muertas como un montón de huesos secos. Necesitamos una resurrección espiritual, un nuevo nacimiento, ser una nueva criatura… cada día.
* David Platt, Radical. Volvamos a las raíces de la fe (Miami: Unilit, 2011), pp. 35, 36.
Tomado de Lecturas Devocionales para Damas 2016
ANTE TODO, CRISTIANA
Por: Mónica Díaz
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