“Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios, él es quien perdona todas tus maldades, el que sana todas tus dolencias, el que rescata del hoyo tu vida, el que te corona de favores y misericordias”. Salmo 103:2-4
En el programa de televisión The Evidence [La evidencia] de Faithfor Today [Fe para hoy], tuve ocasión de entrevistar a Larry Dossey, a quien se conoce por sus estudios y su investigación sobre el poder de la oración. Aunque se crió como cristiano evangélico pero luego se convirtió en un entusiasta de la Nueva Era, defiende con ahínco, no obstante, la intervención de la oración por los enfermos, llegando a sugerir que la investigación demuestra que hasta las plantas por las que se ora se ven afectadas físicamente.
Hasta este momento más de mil doscientos estudios empíricos han examinado la relación entre la oración y la curación física. Desde el Hospital General de San Francisco hasta el Centro Médico de la Universidad Duke, uno puede examinar la investigación por uno mismo simplemente buscando en Google las palabras clave.
La conclusión ineludible es que haríamos bien en incluir a los necesitados de curación física en nuestras listas de oración personal. Pero, ¿qué creyente necesitaba esa certeza? Después de todo, Jesús era el Maestro sanador. Sus discípulos se movían entre la gente y “ungían con aceite a muchos enfermos y los sanaban” (Mar. 6:13). Y la Biblia declara: “Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará” (Sant. 5:15).
A lo largo de los años, parte de mi vida de pastor ha sido orar por los enfermos. Junto a una cama de hospital o a la cabecera de la cama en un hogar, ninguna parte de mi ministerio es más sagrada que este privilegio intercesor. ¿Son todos sanados? Por supuesto que no. ¿Por qué? Dios no respondió a la misma petición de Job o de Eliseo, el mayor obrador de milagros fuera de Jesús en todas las Escrituras. Job acabó siendo sanado; Eliseo no. Entonces, porque no sepamos por qué algunos son sanados y otros no, ¿dejaremos de orar por los enfermos? Jamás. “No tenéis, porque no pedis” (Sant. 4:2, LBA).
Entrevisté a John Polkinghorne, afamado físico inglés y clérigo anglicano, y le pregunté sobre la oración. Dijo que, aunque no podamos conocer la mecánica de la oración inter- cesora, quizá sea como un rayo láser, en el que haces de luz agrupados pueden penetrar en los mayores de los obstáculos. ¿Pudiera ser que, en la oración unida, los haces acumulados de nuestras peticiones concentradas permitan que Dios haga lo imprevisible y, a veces, increíble? Puede que nunca lo sepamos hasta la eternidad, pero hasta la eternidad nunca debemos dejar de pedir a nuestro sabio y amante Dios que intervenga.
Tomado de Lecturas devocionales para Adultos 2016
EL SUEÑO DE DIOS PARA TI
Por: Dwight K. Nelson
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