La esperanza es, por sí misma, una felicidad. Quizá la principal felicidad del mundo. Samuel Johnson
Bllly empujaba cada día la silla de ruedas de su hermana inválida; de casa a la escuela; entre clase y clase; a la hora del recreo y de vuelta a casa. Annie dependía de su hermano pero a él nunca le molestó aquella “carga”. Cuando Billy estaba a punto de terminar cuarto grado su hermana murió y él se deprimió. Había perdido el propósito de su vida. Su rendimiento bajó, su conducta empeoró y se ganó la reputación de chico malo hasta que llegó el nuevo maestro.
El primer día de escuela el señor Smith le dijo: “Ven, siéntate en la primera fila”. Billy creyó que iba a regañarlo, pero lo que oyó fue: “Tus informes hablan pestes de ti, pero no creo ni una palabra”. Acto seguido rompió los papeles y continuó la clase. Días después, la maestra de iglesia de Billy preguntó a sus alumnos: “¿Conocen a alguien que se parezca a Jesús?” Uno respondió: “Sí, el señor Smith”.*
Billy tenía razón: la analogía es perfecta. Tenemos un Jesús que nos da esperanza y nos rehabilita a la vida con dos actos: 1) borrando nuestros pecados y todo recuerdo de ellos y 2) viendo en nosotros posibilidades, dándonos una nueva oportunidad de empezar de cero y una motivación genuina para proyectamos hacia el futuro.
Es un gran motivo de esperanza saber que en todo ser humano, Jesús “percibía posibilidades infinitas. Veía a los hombres según podrían ser transformados por su gracia. Al mirarlos con esperanza, inspiraba esperanza. […] Al revelar en sí mismo el verdadero ideal del hombre, despertaba el deseo y la fe de obtenerlo. En su presencia, las almas despreciadas y caídas se percataban de que todavía eran seres humanos, y anhelaban demostrar que eran dignas de su consideración. […JA más de un desesperado se presentó la posibilidad de una nueva vida” (La educación, cap. 8, p. 72).
Dios nos dice: “Vengan, pongamos las cosas en claro. ¿Son sus pecados como escarlata? ¡Quedarán blancos como la nieve! ¿Son rojos como la púrpura? ¡Quedarán como la lana!” (Isa. 1:18, NV1). En otras palabras: “¿Tan grave te parece lo que has hecho? A ver, déjame revisar tus informes… ¿Sabes qué te digo? Que nada de esto es un obstáculo para que puedas empezar de nuevo. Mira cómo rompo tu pasado; ni me acuerdo de tus errores”. Acepta ese perdón, y vive con esperanza.
“Vengan, pongamos las cosas en claro. ¿Son sus pecados como escarlata? ¡Quedarán blancos como la nieve! ¿Son rojos como la púrpura? ¡Quedarán como la lana!” (Isa. 1:18, NVI).
* Tony Campólo, Historias que alimentan tu alma (Miami: Vida, 2011), pp. 25, 26.
Tomado de Lecturas Devocionales para Damas 2016
ANTE TODO, CRISTIANA
Por: Mónica Díaz
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