Así murió Saúl por su rebelión con que prevaricó contra Jehová, contra la palabra de Jehová, la cual no guardó, y porque consultó a una adivina. 1 Crónicas 10:13.
El trabajo del diablo es hacer que el pecado parezca pequeño, y que el camino cuesta abajo se vea fácil y tentador. Luego, ciega las mentes de las personas a las advertencias del Señor y los terribles resultados del pecado.
Cuando la adivina de Endor trajo la figura de Samuel a Saúl, Satanás habló como si efectivamente fuera el anciano profeta. Esa voz extraña le dijo a Saúl que moriría en la batalla.
“No podría haber elegido una manera mejor para destruir su valor y confundir su juicio, o para inducirlo a desesperarse y a destruirse él mismo” (Patriarcas y profetas, p. 735).
Saúl ya estaba débil por no comer nada y estaba cansado por la larga caminata hacia Endor. Muy adentro suyo estaba aterrorizado, y su conciencia lo iba a lastimar gravemente, porque sabía que había rehusado escuchar al Señor. Cuando oyó esa profecía mortal, cayó de lleno sobre el piso como si estuviera muerto.
Llena de alarma, la hechicera instó a Saúl a que se levantara y comiera. Si el Rey iba a morir, ¿qué le ocurriría a ella? Finalmente, cuando le trajeron comida, Saúl se levantó y comió. ¡Qué escena!
“En la rústica cueva de la pitonisa, donde poco antes habían resonado las palabras de condenación, y en presencia de la mensajera de Satanás, el que había sido ungido por Dios como rey de todo Israel se sentó a comer” (ibíd.).
No fue una gran hazaña del diablo darle a Saúl esta profecía autodestructiva. Satanás sabía que Saúl se había separado de Dios, y la predicción iba a funcionar por sí sola en la batalla.
Al día siguiente, durante el intenso combate con los filisteos, Saúl vio a sus tres hijos asesinados, y luego él mismo fue herido tan gravemente que ni siquiera pudo pelear o huir. Con el frenesí de los cascos de los caballos y los gritos de los soldados por todos lados, le ordenó a su paje de armas que lo matara, para que no fuera tomado cautivo, pero su siervo se negó. Entonces, Saúl se suicidó cayendo sobre su propia espada.
“Así pereció el primer rey de Israel, cargando su alma con la culpa del suicidio. Su vida había fracasado, y cayó sin honor y desesperado, porque había opuesto su perversa voluntad a la de Dios” (ibíd.., p. 736).
Tomado de devoción matutina para menores 2016
¡GENIAL! Dios tiene un plan para ti
Por: Jan S. Doward
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