“Dios no nos ha dado un espíritu de timidez sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7, NVI).
Los entendidos en materia futbolística saben que Zinedine Zidane ha sido uno de los mejores jugadores de la historia. Pelé lo incluyó en su lista de los más grandes jugadores vivos. Ganó el título de mejor jugador del mundo en 1998, 2000 y 2002. En 1998 su equipo ganó la Copa Mundial. En 2004 fue elegido como el mejor futbolista europeo de los últimos cincuenta años. En 2006, siendo el capitán de la selección francesa, anunció que, tras el mundial de Alemania, se retiraría como jugador. No hay duda de que Zidane tuvo una carrera sumamente exitosa.
Pero hagamos un viaje al pasado y detengámonos en el Estadio Olímpico de Berlín, donde se han dado cita casi setenta mil espectadores. Francia e Italia disputan la final de la Copa Mundial. A los siete minutos, Zidane marca un gol que le da la delantera a su equipo 1-0. Doce minutos más tarde Italia empata el encuentro; y así concluyen los primeros noventa minutos. Los fanáticos saben que la presencia de Zidane es vital para los galos. Llegamos al segundo tiempo suplementario. El partido sigue empatado. Estamos ante uno de esos momentos cuando cada jugador tiene que demostrar que su temple es de hierro. Mira, Marco Materazzi está intercambiando palabras con Zidane. ¿Qué se estarán diciendo? No lo sabemos; pero el francés no ha podido controlar su ira y le avienta un cabezazo en el pecho al jugador italiano. Tras observar dicha acción, el árbitro argentino, Horacio Elizondo, levanta la tarjeta roja y Zidane es expulsado del partido.
¡Inaudito! En el partido más importante de su vida Zidane se mostró incapaz de dominarse a sí mismo, y ese “cabezazo” llenó de tinieblas lo que pudo haber sido un glorioso retiro. Aprendamos la lección: un momento de ira puede arruinar nuestras más acariciadas metas y tirar por la borda años de esfuerzo. Sigamos el consejo de Salomón: “Más vale vencerse uno mismo que conquistar ciudades” (Proverbios 16:32). Tan importante es el dominio propio, que Pablo dice en el texto que encabeza la reflexión de hoy que Dios es el que lo otorga. Si lo necesitas, él está listo para dártelo.
Tomado de Lecturas devocionales para Jóvenes 2016
“VISITA MI MURO, 366 MENSAJES QUE INSPIRAN”
Por: J. Vladimir Polanco
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