martes, 17 de mayo de 2016

TODOS LOS AMIGOS SE PELEAN

La oración en su forma más alta asume la actitud de uno que lucha con Dios. E. M. Bounds

Un enfermo de cáncer en fase terminal pidió hablar con el capellán del hospital. Estaba angustiado porque había pasado la noche discutiendo con Dios, culpabilizándolo de su situación y dirigiéndole adjetivos que al día siguiente le hicieron sentirse muy mal. Pensaba que Dios no lo perdonaría por haberse expresado en aquellos términos, y que por tanto no se salvaría. El capellán le preguntó: “¿Qué es lo opuesto al amor?” “El odio”, respondió el enfermo. “No. Lo opuesto al amor es la indiferencia. Tú no eres indiferente con Dios, pues si lo fueras no habrías pasado la noche discutiendo con él, desnudándole con toda sinceridad tu corazón. ¿Sabes qué palabra describe a la perfección lo que acabas de hacer? ‘Orar’. Has pasado la noche orando a Dios”.*
¿Luchas con Dios igual que este Jacob moderno porque atraviesas un momento difícil de tu vida? ¿Regateas con el Señor como Abraham, para que Dios obre el milagro que necesitas? ¿Discutes con Dios como hizo Moisés, para evadir una responsabilidad personal o para evitar que suceda algo malo a otros? Lejos de tener razones para sentirte culpable, todo parece indicar que tienes una relación de intimidad con Dios. Continúa con las negociaciones, sigue abriéndote a él, y espera confiada. Si a Dios le hubiera molestado el agresivo acercamiento de Jacob, en cualquier momento hubiera podido poner fin a tan larga noche de encuentro. Si le hubiera disgustado el regateo de Abraham, hubiera podido fulminarlo allí mismo y elegir a otro como patriarca de Israel. Si hubiera condenado la actitud de Moisés, el mismo fuego de la zarza hubiera podido consumirlo. La oración se basa en una relación. Si las relaciones humanas, estableciéndose entre seres parecidos, pasan por etapas diversas, cuánto más una relación entre dos seres tan distintos cornos Dios y yo. ¿Debería sorprenderme entonces que atraviese por momentos de lucha o regateo?.
Todo desencuentro requiere tiempo, y Dios nos da ese tiempo, pero espera que sigamos acudiendo a él en oración. “No sabemos qué pedir”, pero Dios no se enfada, sino que “el mismo Espíritu intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras” (Rom. 8:26), para que nuestras oraciones tengan sentido.

“El mismo Espíritu intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras” (Rom. 8:26).

*Experiencia de Roy Lawrence y su esposa contada por Philip Yancey, La oración (Miami: Vida, 2007), p. 115.

Tomado de Lecturas Devocionales para Damas 2016
ANTE TODO, CRISTIANA
Por: Mónica Díaz
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