“Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne” (Ezequiel 36:26).
Conocí poquísimas personas que no hayan jugado con Legos, esos ladrillitos plásticos encastrables para construir desde simples figuras geométricas hasta ciudades enteras en miniatura, o vehículos capaces de trasladar personas. ¿Alguna vez te entretuviste con estos juegos?
Sí, Lego es sinónimo de entretenimiento para niños y adultos. Sin embargo, no siempre fue así. La marca Lego surgió en el taller de Ole Kirk Christiansen, un carpintero pobre de Billund, Dinamarca. Tras la quiebra de su taller de muebles, debió buscar una salida para seguir alimentando a su numerosa familia. Entonces, con el material que aún conservaba, comenzó a fabricar juguetes de madera.
En 1942 sufrió el incendio de su nuevo emprendimiento. En esta nueva crisis, vio una oportunidad y se reinventó nuevamente, comenzando a utilizar una máquina moldeadora de plástico, con la que construyó los primeros prototipos de los ladrillos encastrables Lego tal como los conocemos ahora. El 28 de enero de 1958, su compañía Lego patentó el diseño de los ladrillos encastrables que, finalmente, lo llevaría al éxito y la fama mundiales. Su capacidad de reinventarse llevó a Christiansen de ser un ignoto fabricante de muebles a convertirse en uno de los fabricantes de juguetes mundialmente más famosos.
Afortunadamente, tenemos un Dios a quien le encanta reinventar personas. De un tímido muchacho incapaz de pararse en público, Dios hizo de Moisés un libertador. De una prostituta, hizo de Rahab no solo una valiente heroína, sino también uno de los ancestros del Mesías. De un promiscuo y déspota monarca, en que se había convertido David, hizo un hombre “según su corazón”; y quizá el tipo más perfecto del Mesías.
El mismo patrón vemos en el Nuevo Testamento. De un grupo de rudos pescadores, Dios conformó un grupo comando de la misión que llegó a trastornar al mundo conocido y hacer tambalear al Imperio Romano. A una prostituta, la transformó en una de sus más fieles seguidoras; y a una despreciada mujer sama- ritana, la convirtió en la primera misionera al extranjero.
Lo más importante no es lo que eres ahora, sino aquello en lo que Dios quiere transformarte. No importa cuántos fracasos acumulaste o cuán mediocre crees que eres (o los demás quieran hacerte creer que eres); lo importante es que los recursos de Dios para reinventarte no conocen límites, salvo los que tú desees imponerte. Hoy, permite que Dios te reinvente, pero en el orden adecuado. Él siempre comienza por el corazón.
UN DÍA HISTÓRICO
Por: Pablo Ale – Marcos Blanco
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