“No te dejes vencer por el mal. Al contrario, vence con el bien el mal” (Rom. 12:21).
Se cuenta que, un día, un emperador recibió el aviso de que en una región de su imperio había un grupo de hombres sublevándose. Inmediatamente, el emperador dispuso a sus hombres de confianza para salir a sofocar la revuelta. “¡Síganme, que vamos a destruir a mis enemigos!”, fue lo que gritó el emperador para dar la orden de partida.
Cuando el emperador y sus tropas llegaron al lugar donde se habían atrincherado los rebeldes, aquel comenzó a tratarlos con gran respeto. Serenamente, con palabras amables, e incluso se podría decir que con cariño, les pidió razón de sus protestas. Los hombres que acompañaban al emperador estaban sorprendidos. ¿Cómo era posible que no hubiese ordenado la muerte de un solo rebelde, ni tan siquiera su castigo; o al menos que hubiera sido más duro con ellos? Les parecía muy extraña tanta bondad.
Sin embargo, los resultados de aquella manera de enfrentar la situación de crisis fueron inmediatos: los rebeldes abandonaron su posición y prometieron obediencia al emperador. La revuelta se había disuelto sin hacer uso de la espada. Y la gratitud de aquellos hombres por haber sido tratados con respeto tuvo frutos inmediatos.
Cuando cabalgaban el emperador y sus tropas ya de vuelta a casa, uno de los hombres le preguntó:
-¿De esta manera cumple su Excelencia su promesa?
-¿Qué promesa? -quiso saber el emperador.
-Usted dijo que veníamos a destruir a sus enemigos. Y, sin embargo, los ha perdonado a todos.
Entonces el emperador dijo con ternura:
-Sí, yo prometí destruir a mis enemigos. Y todos ustedes pueden ver que ya no queda ninguno. Los he destruido, pero con mis propias armas.
Querido amigo, no hay arma más poderosa para vencer el mal que el bien. Recuérdalo cuando alguien haga algo que no te guste, y te sientas tentado a vengarte.
Tomado de lecturas devocionales para Menores 2017
¡SALTA!
Por: Patricia Navarro
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