“No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo” (Juan 77:76).
El 27 de enero de 1525, se fundaba el movimiento anabaptista suizo. Los célebres reformadores radicales Conrad Crebel, Félix Manz, Ceorge Blaurock y una docena de otros se bautizaron entre sí en el hogar de la madre de Félix Manz, en Zúrich, Suiza, y quebraron así una tradición de más de mil años de unión entre Iglesia y Estado. Esa es precisamente la diferencia con los reformadores magistrales (de “magistrado”), que fundaron iglesias protestantes oficiales de sus respectivos países: Lutero, en Alemania; Calvino, en Ginebra, Suiza, etc.; y los reformadores “radicales”, que rechazaban la unión entre Iglesia y Estado.
Sin embargo, la diferencia con los demás reformadores no acabó allí. Los radicales, incluidos estos movimientos anabaptistas, llevaron al extremo la reforma teológica, eclesiástica y espiritual; mucho más allá que la propulsada por los magistrales. Aunque no comparto ciertos extremismos que se manifestaron entre sus filas (con ciertos énfasis en la “libertad” del Espíritu Santo), los radicales están entre mis favoritos de esa época histórica.
Lo que más llama mi atención es que este grupo de reformadores se atrevió a ir contra la corriente. No solo se animaron a enfrentarse a la Iglesia Católica -mayoría predominante en la Europa de entonces-, sino también llamaron a reformar el movimiento de reforma, y terminaron siendo una minoría dentro de la minoría. Anabaptistas, menonitas y otros grupos se mantuvieron fieles a lo que ellos consideraban que era la religión bíblica, a pesar de que fueron perseguidos, desplazados y puestos en la hoguera por los mismos reformadores protestantes.
Como cristianos, vamos a contramano del mundo; como adventistas, que seguimos fielmente las enseñanzas bíblicas, muchas veces también somos minoría entre los cristianos. Cuando todo el mundo aprueba una materia en el colegio secundario porque copió la respuesta correcta de un compañero, el verdadero cristiano decide no mentir aun si eso significa sacar una nota menor o, incluso, desaprobar un examen. Cuando muchos estarían felices de encontrar trabajo, el verdadero cristiano decide dejar pasar esa oportunidad si implica transgredir los Mandamientos de Dios: específicamente, el cuarto, en el que Dios pide guardar el sábado.
Sí, nunca ha sido fácil la vida para los verdaderos hijos de Dios. Pero, se nos promete la recompensa de la vida eterna. Y mientras la esperamos, podemos experimentar la paz interior que solo viene cuando tenemos a Cristo y su Palabra en nuestro corazón. Hoy, no temas nadar contra la corriente si crees que el lugar hacia el que te diriges es el cielo.
Tomado de lecturas devocionales para Jóvenes 2017
UN DÍA HISTÓRICO
Por: Pablo Ale – Marcos Blanco
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